Congo, un país con dos 'presidentes'
Entre denuncias de fraude electoral, Kabila jura mañana su segundo mandato y el líder opositor lo hará el viernes
Actualizado:Érase una vez un vasto territorio que parecía un país, pero que, en realidad, nunca dejó de ser un paraíso de la rapiña. Desgraciadamente, la República Democrática del Congo jamás ha conseguido lo que pretendía. Su enorme extensión, cuatro veces la española, y la abundancia de recursos anunciaban el nacimiento de una potencia y, sin embargo, su accidentada historia lo ha sumido en la miseria y el horror.
En el siglo XIX se estableció como el campo de pruebas para la labor filantrópica del rey belga Leopoldo II, cuando lo cierto es que constituyó la feraz plantación cauchera de un déspota genocida. Tras su teórica independencia, el general Mobutu dio un golpe de Estado apoyado en un proyecto africanista que escondía un régimen dictatorial y cleptócrata. Ni siquiera la guerra civil que entre 1998 y 2003 asoló la región de Grandes Lagos fue tal, sino solo un devastador pulso entre bandas armadas por controlar las minas.
Cuatro o cinco millones de muertos después, la vía de las urnas se antojaba el camino definitivo para lograr paz y desarrollo. Lamentablemente, las elecciones presidenciales del 28 de noviembre han constituido el último varapalo a la esperanza. Los contestados resultados suponen la reelección del gobernante Joseph Kabila con el 49% de los sufragios, la autoproclamación como vencedor del aspirante Etienne Tshisekedi, al que adjudican el 32%, y añadido más incertidumbre sobre su futuro.
El Estado subsahariano más grande vive una situación de 'impasse' con dos posiciones enfrentadas. El partido legalmente ganador defiende la credibilidad de los comicios apoyado en el control del aparato de seguridad, mientras que el líder opositor cuenta con el aval que le proporciona su condición de veterano resistente de la dictadura y los dictámenes de la Unión Europa y Estados Unidos que cuestionan la limpieza del proceso. El hecho de que los recuentos de 2.000 colegios de la capital se hayan perdido y la constatación de que algunos otros de la provincia de Katanga atribuyan más del 99% de las papeletas a la formación progubernamental resultan harto sospechosos, por ejemplo. El Centro Carter también asegura que no se han contabilizado unos 850.000 votos.
El candidato favorecido será proclamado presidente mañana. Ante el enroque de Tshishekedi, que también ha anunciado que jurará el cargo el viernes en Kinshasa, el tercer clasificado en la pugna electoral se ha convertido en el portavoz ante los medios. Vital Kamerhe denuncia la indefensión de los perjudicados y la imposibilidad de solicitar una revisión ante lo que denomina «parodia de la justicia». Este antiguo colaborador de Kabila rompió con él cuando el Gobierno permitió la entrada de tropas ruandesas para combatir a los restos de las milicias hutus que sobreviven en la selva. El Tribunal Supremo ya falló el viernes contra los recursos planteados, en una resolución muy previsible dada la fidelidad progubernamental de los magistrados.
La atmósfera poselectoral, similar a la que se registró en Kenia o Zimbabue, donde también sobrevoló la sombra del pucherazo y anticipa medidas de presión y quizás nuevos levantamientos en Kinshasha, la capital y feudo opositor. Sin duda, serán trascendentales los esfuerzos de la diplomacia de la Unión Africana, Washington y Bruselas para alcanzar un acuerdo entre las partes.
Un hombre sin carisma
Tshisekedi y su partido, observador en la Internacional Socialista, tendrán que sopesar el riesgo político que comporta formar parte de un hipotético Gobierno de coalición con Kabila, desacreditado por sus turbias prácticas. El nombramiento de los jueces, la supresión de la segunda vuelta electoral y el acoso a la prensa discrepante han arruinado las credenciales democráticas del presidente, un hombre sin carisma.
La pasada legislatura tampoco ha afianzado la paz en el torturado este, fronterizo con Uganda, Ruanda y Burundi, pequeñas repúblicas empeñadas en el impune saqueo de las ricas vetas vecinales de coltán, casiterita y oro. Enquistado en sus provincias de Kivu Norte y Kivu Sur, el conflicto se nutre de la posibilidad de obtener grandes ganancias con materias primas requeridas por la industria electrónica y armamentística. Esta demanda ha mantenido los combates entre las diversas facciones e impulsado la violación sistemática de los derechos humanos.
El tráfico aéreo sobre Goma, la ciudad de los dos volcanes, es incesante y ni siquiera se interrumpió cuando, hace tres años, las tropas de Laurent Nkunda intentaron tomarla. El negocio minero aúna voluntades muy dispares que preservan sus flujos productivos. Los señores de la guerra y las milicias 'mai mai', los combatientes de origen ruandés y los propios militares regulares, incluso los cascos azules de la Monuc, la misión local de Naciones Unidas, participan en un pingüe comercio que apenas proporciona beneficio a sus trabajadores.
Si los tribunales locales se antojan ociosos y perfectamente inútiles, la Corte Internacional de La Haya ha emitido numerosas órdenes de arresto e, incluso, iniciado procesos contra varios caudillos acusados por crímenes de guerra cometidos ya en hipotéticos tiempos de paz. Jean Pierre Bemba, el primer político que disputó a Kabila el poder en las urnas, Bosco Ntanganda 'Terminator', Tomas Lubanga, Germain Katanga y Mathieu Ngudjolo Choi se encuentran entre los perseguidos por masacres indiscriminadas y desplazamientos forzosos de poblaciones, leva de niños y esclavitud sexual.
La corrupción también cohesiona el país. Según la última estadística de Transparencia Internacional, Congo ocupa el puesto 168 entre 183 Estados. Su influencia lastra una débil Administración y detrae los fondos que precisa un país carente de grandes infraestructuras, dotado de un sistema educativo precario y con el 71% de su población subsistiendo bajo el umbral de la pobreza. ¿El futuro? Monseñor Nicolas Djombo, presidente de la Conferencia Episcopal, ha sido explícito, muy plástico, al definir la situación: «Es un tren que va a toda velocidad contra un muro».