LIBERTAD DE HORARIOS
Actualizado:Manuela Aguilar corta la cebolla a mano, con mucho mimo, le añade el perejil, los camarones del vecino río Guadalquivir y los amasa a mano entre sus brazos. Por un momento más que amasando una fuente de tortillitas de camarones parece que está acurrucando a su propio hijo.
Al fondo de la cocina, de azulejos blancos, más escamondaos que el traje blanco de una novia, hay un gran perolón donde freirá una a una las tortillitas. Fuera, los clientes esperan. Paciencia, que todo lleva su tiempo. Pero que te importa a ti esperar si te da el solecito y estas rodeado de árboles. Qué mas te da que las sillas sean de plástico, si sobre el hule de acuadrito, José Antonio, su marido te pone unas aceitunas zajás y una jarra de mosto que el mismo ha cuidado desde el primer día.otro hijo. Es el mosto El Correero, a 300 metros de la Venta Manolo, entrada de Trebujena, el único pueblo de la provincia que tuvo cojones de desafiar a Franco y siguió celebrando el Carnaval. De postre hay «naraja» que se pela el cliente y unos pestiñitos que ha preparado Manuela y que se sirven acompañados de café de pucherete. Aquí el «exprés» no existe ni para las cafeteras.
Manuela y José Antonio no entienden de horarios. Su establecimiento sólo abre en temporada, de noviembre hasta que llega la caló, cuando está bueno el mosto, luego, al campo que hay muchas más cosas que hacer.
Manuela y José Antonio no tienen ni horario de apertura ni de cierre. Se abre cuando los garbanzos con cardillos acaban de cocerse en la olla y se cierra cuando el último cliente se va del Paraíso cubierto de hule de acuadrito. Ellos humildemente lo llaman terraza. Manuela y José Antonio son auténticos. No hay otro Correero en el mundo.
Tengo la sensación de que quieren terminar con todo esto, con la personalidad de cada sitio. Quieren imponer que en todas las ciudades del mundo, esté donde esté, estén los mismos puestos en las principales calles, con los mismos horarios e idénticos uniformes. Con el tiempo, quizás, hasta con el mismo idioma.
Esta semana han dado otro pasito más y en Madrid se ha decretado «libertad» de horarios para los comercios. Traducido resulta que las grandes superficies puedan abrir los domingos. Pronto, me temo, esta medida de «progreso» se ampliará a toda España. Es un paso más que sólo beneficia a los poderosos, a las grandes superficies, a los mismos que podrán explotar a trabajadores y clientes a gusto cuando el comercio local haya desaparecido. Yo no quiero 24 horas de apertura. No quiero ser competitivo, quiero ser auténtico, quiero vivir. Quiero que los comercios de mi ciudad sean diferentes , quiero seguir disfrutando de las aceitunas aliñás del Correero. No quiero ni miniempleos, ni maxipocavergüenza.