La salida de EE UU afianza a Irán en la región
El secretario de Defensa norteamericano, Leon Panetta, asegura en un acto de despedida que dejan un Irak «libre y soberano»
Actualizado:«La guerra ha terminado». Lo anunció el presidente de EE UU, Barack Obama, el miércoles y los escenificaron sus hombres 24 horas después en Bagdad con la arriada de la bandera. En los próximos quince días, los últimos 4.000 soldados estadounidenses dejarán Irak vía Kuwait y quedarán a la espera de que las negociaciones entre Washington y Bagdad cristalicen en un nuevo acuerdo que les permita regresar para completar su tarea de instrucción de las Fuerzas Armadas del país árabe. Un acuerdo que está bloqueado por el primer ministro Nuri al-Maliki y sus socios de gobierno del Bloque Sadrista, representantes de la mayoría chií que rige el país y que mira más a Oriente que a Occidente.
Nueve años después, los americanos salen por la puerta de atrás de un país «independiente, libre y soberano», según el secretario de Defensa de EE UU, Leon Panetta, que fue el encargado de presidir una ceremonia de despedida de apenas cuarenta minutos en el aeropuerto de Bagdad.
En la definición de Panetta, sin embargo, falta una palabra clave como 'seguridad', lo que más echan de menos los ciudadanos junto a servicios básicos como la electricidad y el agua, que son todo un lujo en el Irak 'libre'. Sus ciudadanos sufren niveles de violencia similares a los de Afganistán y, en noviembre, 187 civiles perdieron la vida en suelo iraquí, según datos de 'Iraqi Body Count' (IBC).
Los números de la invasión elevan a 4.487 el número de soldados estadounidenses muertos, según el Pentágono, pero las estimaciones de víctimas civiles van desde las 100.000 de IBC hasta las de 600.000 de otros organismos. Más de un millón de iraquíes han buscado refugio en Siria y otro millón se ha visto obligado a desplazarse dentro del propio país.
Son algunas cifras de una invasión que se lanzó en nombre de la seguridad mundial para buscar unas armas de destrucción masiva del antiguo régimen, que no existían, y que con el paso de los años fue cambiando de objetivos hasta fijar la instauración de la democracia como gran reto.
Quema de banderas
Mientras los americanos ultimaban su marcha, en Faluya -a setenta kilómetros de la capital-, los vecinos salían a las calles a celebrar la retirada quemando banderas de EE UU y lanzando proclamas de resistencia. Una de las ciudades que más duro combatió contra la presencia extranjera mostraba al mundo su particular despedida a los invasores.
La democracia iraquí es un reflejo de la fuerte división sectaria y nacional del país. Las fuerzas chiíes, suníes y kurdas persiguen objetivos propios que anteponen a los intereses nacionales y esas diferencias se plasman en las calles en forma de violencia.
Estados Unidos se va, pero Irak no será su gran aliado en la región a partir de ahora, ni mucho menos. La caída de Sadam Hussein y la llegada de la democracia han dado el poder a la mayoría social chií, cuyas principales fuerzas políticas deben su supervivencia al vecino iraní que les dio cobijo y apoyo durante los 24 años de dictadura. Ese nexo confesional entre ambas naciones se ha trasladado a la arena política en manos de un primer ministro como Nuri al-Maliki, que en una entrevista reciente se autodefinió como «chií» por delante de «iraquí» y que, a partir de ahora, no tendrá que seguir haciendo equilibrios imposibles entre Teherán y Washington.
El bloque Sadrista, formación de Muqtada al-Sadr, tiene la llave del control del parlamento y su milicia del Mahdi, aunque oficialmente congelada, sigue activa en las calles imponiendo su ley por la fuerza.