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Soldados estadounidenses participan en el acto de retirada. / Efe
análisis

El arte de terminar una guerra

Obama arría la última bandera en una base iraquí en presencia del Secretario de Defensa, Peon Panetta y los tres más altos oficiales militares

ENRIQUE VÁZQUEZ
MADRIDActualizado:

El presidente Obama declaró oficialmente terminada la guerra de Iraq ayer, con la ceremonia de arriar la última bandera en una base iraquí en presencia del Secretario de Defensa, Peon Panetta y los tres más altos oficiales militares a cargo del asunto: el jefe del Estado Mayor conjunto, general Dempsey, el del Mando Central, que cubre Iraq, general Mattis y el jefe de las tropas aún presentes allí, general Austin.

Panetta, que era director de la CIA hace aún pocos meses, no estuvo lo inspirado que cabía esperar de su reconocido talento y además de las palabras de rigor, medidas y ajustadas, empezó su pequeño discurso con estas otras: “el sueño de un Iraq independiente y soberano es ahora una realidad”, es decir, lo que era el Iraq el 19 de marzo de 2003: un Estado independiente y soberano, aunque no democrático.

La invasión norteamericana (con apoyos menores en una llamada “coalición de voluntarios” que reunió apenas a una treintena de países muchos irrelevantes y en la que la OTAN se negó en redondo a entrar) no creó un estado soberano ni independiente, que lo era desde el fin de la presencia colonial británica incluida la farsa de una monarquía árabe de importación aportada también por Londres. Trajo lo que buscaba: el fin del régimen de Saddam Hussein, convertido en enemigo público número uno tras haber sido un protegido, años antes, en la guerra contra el Irán del iman Jomeini.

En un tono menor

Lo sucedido es muy conocido: cifras escalofriantes de víctimas civiles, la muerte de 4500 militares norteamericanos (y quince mil heridos, muchos de ellos inválidos de por vida) un gasto que se cifra en billones de dólares y un resultado políticamente confuso, que ha alumbrado un gobierno elegido, pero de coalición, repleto de elementos anti-norteamericanos y muy permeable a la influencia del vecino iraní shií.

Es decir, un balance menos que brillante que explica por qué no solo no hay “desfiles en Manhattan” al regreso del cuerpo expedicionario, sino un tono menor, lo justo para que el presidente Obama, un viejo opositor a la guerra como senador en el estado de Illinois (solo sería elegido para el Senado federal en 2004), pasara el trago en perfil bajo pero socialmente suficiente. La luz verde a la guerra la dio el 93 por ciento de los senadores, incluidos algunos que les sonarán: Joseh Biden o Hillary Clinton, vicepresidente y Secretaria de Estado de Obama.

Todo esto tiene explicaciones de calendario y casi todos ellos reconocieron en su día su error de juicio a través de artículos en periódicos de difusión internacional. Todavía se recuerda el muy impresionante, por su crudeza, del senador John Kerry, hoy presidente del comité del comité de Asuntos Exteriores de la cámara. Obama, por lo menos, no tuvo que mostrar arrepentimiento en público y puede decir que en Illinois, claro está que sin eco nacional, fue un opositor explícito a la guerra incluyendo, mientras duró, el proceso de preparación de la opinión pública por la administración Bush.

Los dos Obamas

Obama fue a Fort Bragg, como indicaba perspicazmente “The New York Times”, en su doble condición de comandante en jefe y candidato a la reelección. La estima pública por un ejército en campaña es intocable en los Estados Unidos y el presidente hizo lo que debía, no lo que le gustaba, aunque dijo sentirse orgulloso de dar la bienvenida a las tropas de regreso tras lo que llamó su extraordinario logro.

En esto Obama se ha limitado a asumir, sin tocarlo en una coma, el calendario de retirada que dejó preparado el presidente Bush a través del arreglo previsto para estos trances y que se llama SOFA (Status of Forces Agreement) donde se estatuyó que el 31 de diciembre de 2007 se habría producido la completa retirada de las tropas. Quedan, sin embargo, quince mil funcionarios para atender la misión diplomática norteamericana más grande del mundo y unos doscientos soldados para protegerla… además de los consabidos contratistas civiles sin cobertura jurídica particular.

Y esto es, o esto ha sido, todo. Una guerra tremenda termina sin editoriales en la prensa, semiolvidada y entre considerable indiferencia popular. Obama no ha hecho nada para que fuera de otro modo y se ha unido al habitual tono ceremonial para salir del paso y no perder ni un voto. Ha hecho casi el prodigio que la escritora Pepa Roma esbozaba en el irónico título de una novela: “Cómo desaparecer sin ser visto”….