CENIZAS DE NERUDA
Actualizado: GuardarAestas alturas de su muerte, más exacto sería decir honduras, no está claro el certificado de defunción. Cuando estuve con él, en su casa de Valparaíso, mixta de almoneda y de navío varado, en el año 1963, la verdad es que daba gusto verle. Tenía algo de pontífice descreído y de gran pescado sin escamas. A nadie, creo, he admirado más, ya que a Quevedo no me dio tiempo para conocerle. Le quería desde que me explicó a distancia que el amor nos pone el corazón como un campanario en las manos de un loco y que sentirse abandonado te hace comprender la sensación de los muelles en el alba. Amé su poesía oceánica llena de madréporas del tiempo sumergido, aunque más exacto sería también decir que la sigo amando. No me importa que piropeara a Stalin y su mirada sobre la nieve, sino sus dones verbales y su identificación cósmica. Comprendí que aquel contemporáneo que me sentó a su mesa era un poeta para los restos.
Ahora quieren exhumarlos. Se piensa que fue envenenado por orden de Pinochet, lo que no sería raro, ya que el general usó con frecuencia procedimientos semejantes para excluir a sus enemigos. Estaba convencido de que para salvar a su patria había que matar a un gran porcentaje de compatriotas, pero Chile es mucho más pequeño que Rusia y no pudo competir con Stalin. Me bebí con Pablo alguna botella de inteligentes vinos, quiero decir, que nos las «conversábamos». Estaba allí Matilde, su mujer última, con su perfil de greda, y Jorge Sangüeza, el distraído más atento, y Tiago de Melo, el poeta brasileño. Todos oíamos a Pablo, a pesar de que a él le gustaba escuchar.
-Miguel era mi hijo, me lo mataron. Federico era mi hermano, me lo mataron. ¿Qué se puede pensar de un país que mata a sus poetas?
No dije nada, pero ahora le hago la misma pregunta a su fantasma. Qué mundo tan raro. ¿Será cierto que a Pablo Neruda, que estaba enfermo de cáncer de próstata, pero no grave, le asesinaron? Además de santo de mi lírica devoción pueden convertirlo en mártir.