Cameron pisa suelo firme
El primer ministro británico explica en el Parlamento su veto a la UE en ausencia de Clegg, que descarta una fractura en el Gobierno
LONDRES. Actualizado: Guardar¿Dónde está Nick Clegg? Esa fue la pregunta que no tuvo respuesta durante la comparecencia, ayer, del primer ministro, David Cameron, en la Cámara de los Comunes, para dar cuenta de la cumbre europea que se saldó, el pasado viernes, con el rechazo singular de Reino Unido a una reforma de tratados europeos para hacer frente a la crisis del euro.
Clegg, líder del partido minoritario en la coalición, el Liberal-Demócrata, no desveló posteriormente, en una entrevista breve con la BBC, si pasó la tarde en Downing Street viendo por televisión el debate. «Mi presencia hubiese sido una distracción», dijo, en una justificación chocante de su ausencia, que realmente distrajo la atención sobre lo que ocurría en el Parlamento.
La decisión del líder liberal se puede interpretar como un gesto simbólico de la divergencia que la cumbre ha causado en la coalición. Dos ministros con peso en el partido, Vince Cable y Chris Hune, se sentaron en el escaño del Gobierno. Diputados liberales significaticos, como el exlíder, sir Menzies Campbell, o el presidente, Simon Hughes, intervinieron con palabras medidas y sin criticar a Cameron.
La minicrisis de la coalición, que seguirá funcionando, según aseguró el propio Clegg en la entrevista de ayer, es la más pública desde que se formó el Gobierno hace dieciséis meses y es sobre un asunto que ha dividido históricamente a los dos partidos y que causa desazón entre sus filas respectivas. La alianza durará porque los liberal-demócratas no tienen ningún lugar al que escapar.
Durará también porque el primer ministro equilibró el triunfalismo del ala euroescéptica de su partido y de la entusiasta prensa conservadora con una declaración parlamentaria en la que afirmó su voluntad de permanecer en la Unión Europea, cuya importancia destacó recordando que los países que la componen compran la mitad de las exportaciones británicas.
Fue un discurso medido para navegar las aguas turbulentas de la coalición y de su formación y para marcar un rumbo futuro que evite el aislamiento. Cameron señaló que el saldo de la cumbre plantea asuntos importantes sobre el funcionamiento de las instituciones de los Veintisiete, cuando 23 países, que se pueden convertir en 26, crean una unión reforzada y Reino Unido se aparta de ella.
El líder conservador prometió que analizará «todas las propuestas constructivas con una mentalidad abierta», ofreciendo a los sectores pragmágticos de su partido, a los socios de la coalición y al mundo de los negocios preocupado por la posible pérdida de influencia, la visión de un Gobierno que mantendrá su posición dentro de la UE intentando construir alianzas para mantener un mercado común equitativo.
El 57% de la población le apoya, según un sondeo publicado por 'The Times'. El 49% de los votantes del partido de Clegg apoyan el uso del veto por Cameron. El Ejecutivo tiene una base parlamentaria y electoral agrietada pero estable. Tejer compromisos entre las variadas facciones de partido y de segmentos de votantes es complejo y nadie tiene hoy un mejor candidato que Cameron para intentarlo.
Estrategia de la vejiga
Pero el prestigio del líder conservador es quizás lo que emerge más dañado de la cumbre. Ed Miliband, líder laborista, que no logra establecerse en sus primeros meses como una alternativa realista, centró sus dardos en el primer ministro, en el político al que buena parte de sus correligionarios recibieron con vítores tras utilizar un veto que culminó paradójicamente en que él se quedó solo.
Independientemente de si podrá o no reparar el entendimiento con otros líderes europeos, su actuación en los últimos días ha provocado dudas sobre su competencia. Es líder porque prometió apartarse del Partido Popular Europeo para ganar el apoyo del sector más euroescéptico a su candidatura. Pero, mientras otros líderes conservadores, incluido Mariano Rajoy, se reunían en Marsella antes de la cumbre, él estaba solo en Londres.
El entendimiento entre políticos ideológicamente afines que se fraguó allí podría haberle equipado mejor para entender las bazas diplomáticas que podía jugar, para explicar sus demandas y dificultades. Pero llegó el jueves a Bruselas, tras pasar las horas previas viendo la obra navideña en la escuela de uno de sus hijos, y se marchó calibrando durante dos horas qué decir, entre el final de la cumbre y su comparecencia ante la prensa.
Colaboradores de Angela Merkel, deseosos de incorporar a los británicos a acuerdos que equilibrasen la infuencia francesa y las demandas de los países del sur, han explicado que no entendieron qué pretendía Cameron, que no lograban explicarse cómo, tras rechazar una propuesta del presidente del Consejo, Herman Van Rompuy, lanzó su insólito veto en la última hora.
Quería enmendar el mecanismo de voto por mayoría cualificada, celebrado por Margaret Thatcher como uno de sus logros, para proteger la capacidad legislativa británica sobre servicios financieros, sin lograr siquiera que sus socios entendiesen que, como en el caso de la armonización de requerimientos de capital de los bancos, Londres quiere ser más exigente que lo que se estipula en los planes europeos.
Quizás sea todo, según un entremés de teatro británico que va camino de convertise en legendario, un error en la estrategia de la vejiga. Se decía ayer que Cameron recurrió en Bruselas a una técnica de concentración que usa con frecuencia, cargar su vejiga sin ir al baño para mantenerse alerta, concentrado, despierto. Se debate en la prensa si esa técnica no habría impulsado al primer ministro a lo que parece más natural, a lo que hizo, sentir la urgencia de marcharse.