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Rajoy se va a Marsella

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Lo normal es que no hayan reparado en que hace dos días el BOE publicó el cese de Zapatero y sus ministros. Desde hace cuatro días el presidente está en funciones. En realidad llevaba en funciones unos cuantos meses. Fue decir aquello de que España estaba en la Champions, que el sistema financiero español era uno de los más sólidos de Europa, aquello de que la crisis de deuda había terminado y pasar a estar en funciones con todas las de la ley. Dios, qué facilidad para equivocarse la de este hombre, y desde el primer día de su segundo mandato. (Por cierto, solo alguien que está en semejante condición puede negociar con ETA y con tantos complejos y prisas como ahora vamos conociendo, pero esa es otra historia).

El Gobierno socialista está en funciones, o sea yéndose; el popular está por venir, o sea llegando. El primero sobra por innecesario, el segundo es urgente por todo lo contrario. Del pasado conviene no ocuparnos, para qué. Del futuro es mejor no hacerse ilusiones. Pero un margen, como decían antes los periodistas del diario ‘Pueblo’ cada vez que Franco cambiaba el Gobierno, hay que dar. Una parte de la prensa le pide a Rajoy que desvele el equipo que solo él tiene en su cabeza; dice que no tiene libreta azul, que es cosa de Aznar, que eso es un jueguecillo estúpido para entretener a periodistas ociosos siempre pendientes de las quinielas y las probabilidades.

Mientras tanto, las agencias de calificación cambian gobiernos en Grecia e Italia sin necesidad de elecciones. En eso deviene la democracia representativa justo allí donde nació. El flotador que nos preparan desde Berlín y París, ¿es más de lo mismo? ¿Pasaremos de la crisis de la deuda soberana a otra de soberanía nacional? Rajoy está en Marsella, en la cumbre de centro derecha que lo entroniza como el último éxito de un proyecto político que ha hecho del socialismo una ideología desnortada e imperfecta. Allí está explicando qué va a hacer, y lo hará después de haber leído una carta en la que Merkel le pide recortes porque «eso es lo que el pueblo que le ha votado demanda». Miedo me da la cartita de la canciller. Prefiero que se equivoque Rajoy antes de que gobierne con un programa que llega desde Alemania. Para pedir esfuerzos y para lo que ha de venir no hace falta la carta. Basta con que Rajoy sepa decirnos la verdad. Después los españoles sabremos buscar los remedios. Eso se llama confianza. Y lo escribo en Sanxenxo, su pueblo, sentado en una marquesina frente al Atlántico. Soy el único cliente al que atiende un aburrido camarero. ¿Cree usted que el año que viene será mejor? Callo, prefiero no decir nada. Dejo unas monedas en la mesa, lo saludo amablemente y pienso para mí que esta es la única carta que Rajoy ha de leer. Y que le vaya bien en Marsella.