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PORQUE LA VIMOS LLORAR

MANUEL ALCÁNTARA
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Como en los más húmedos seriales, Elsa Fornero, ministra italiana de Trabajo, dio licencia a sus ojos para que salieran, con duelo colectivo, las lágrimas corriendo. Habló san Pablo de «el don de las lágrimas», pero don Mario Monti nos promete una cantimplora para guardarlas. Dice que el tijeretazo de 30.000 millones de euros es sólo el inicio, o sea, el primer paso del terrible sendero que nos espera, sin alivio para caminantes. Nos ha conmovido el llanto de Elsa. Más que nada porque es 'unisex'. Aquí vamos a llorar todos y el problema es que no va a haber pañuelos.

Quizá, para despedirnos de lo que llamamos buenos tiempos, los españoles, que como colectividad hemos alcanzado una admirable cota de insensatez, nos hemos lanzado por el mundo, a ver hasta dónde podemos llegar. Mientras Berlín y París pactan un nuevo tratado de límites en la zona euro, hemos decidido quitarnos de en medio, pero sin ponernos al lado. Lo que llamó Pedro Laín «el sentido festival de la existencia» continúa aunque la fiesta se haya acabado. Somos pontífices, en el sentido etimológico del vocablo, y a pesar de la crisis del ladrillo seguimos edificando puentes y más puentes. Siempre hay que celebrar algo, aunque no tengamos nada que celebrar. Todas las fiestas tienen octava, pero nuestra aspiración es que el jolgorio dure más y nos da lo mismo que sean ocho que ochenta.

Siempre hablamos de «la mujer fuerte de la Biblia», quizá porque en la Biblia las mujeres débiles sólo trabajan de extras. Su misión en el reparto es dar pena. Mi admirado maestro Dámaso Alonso, que tenía muchas dudas razonables sobre la trascendencia, hablando de la Virgen María dijo: «No sé quién eres, pero eres una gran ternura». ¿Quién nos iba a decir que se nos podía aparecer en forma de ministra italiana de Trabajo disfrazada de 'mater dolorosa'? Lástima que el milagro nos haya pillado de excursión. Los pastorcillos somos así.