Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizCádiz
Opinion

Voces alemanas

Después de una catástrofe, un país sale adelante o se hunde dependiendo de su gente y de que sus dirigentes piensen en el común y no en sus propios privilegios

DIEGO ÍÑIGUEZ
Actualizado:

Oigo voces!», rugió un día en el colegio nuestra profesora de alemán, queriendo imponer silencio y desatando nuestra carcajada: oír voces, como hablar solo o salir desnudo a la calle, solía ser síntoma de poca cordura. Hoy conviene, sin embargo, oír voces alemanas y tratar de ver sus visiones, para intentar comprender por qué sus dirigentes reaccionan cómo y cuándo lo hacen en cada revuelta de una crisis que solo parece entender Niño-Becerra y que nos tiene a todos con el alma en vilo.

Les confío lo que me cuenta un amigo alemán, cómo ve la crisis y lo que nos espera: «España e Italia -aunque los italianos tienen tanta deuda pública que podrían comprar su salida de ella con una quita patriótica- necesitan volver a ser competitivas, tienen que hacer ahora lo que hizo Alemania hace diez años con la Agenda 2010: contener unos costes de producción que han superado a los alemanes de la única forma posible cuando no se puede tocar la moneda, reduciendo costes salariales. Es muy duro para la población, a nosotros nos ha costado diez años de sueldos congelados. Schröder fue quien lo entendió y lo puso en marcha, pero perdió las elecciones, el crédito se lo ha llevado Merkel. Lo asombroso es que no lo hayan visto ustedes venir: toda burbuja estalla, la única duda es cuándo. Se podía haber atenuado reaccionando antes, pero, claro, quién pincha una burbuja... Pero que estuvieran felicitándose porque por un breve tiempo tuvieron menos paro que Alemania, que pensaran que iban a rebasar a Italia o Francia... Ha bastado que llegara Monti para que se vea la diferencia, viéndole conversar con Merkel y Sarkozy. El euro no se va a hundir, las crisis son eso, crisis. Nadie va a tener que plantar tomates en la terraza, los movimientos especulativos pasarán ahora a atacar a Francia, para asegurarse un rédito tan grande como el que ya han sacado de Portugal, Italia o España. No hay que dejarse aterrorizar por las noticias: la prensa tiene sus ritmos, necesita titulares para vender su edición cada día. Pero les va a llevar tiempo, podrán ustedes consumir menos, caerá la calidad de vida. Al menos la que depende del consumo: yo me he comprado una bici con motor y hago todos los días cincuenta kilómetros para ir a la oficina».

Es el análisis de un amigo, que conoce bien España y nos tiene simpatía. Pero es duro y contesto: no es lo mismo salir del estancamiento que de una recesión tremenda; los alemanes partían de sueldos más altos, con alquileres moderados, sin la subida de precios que trajo la burbuja inmobiliaria; casi todos sus elementos productivos son mejores: tienen más invención científica e industrial, un sistema educativo mejor -digan lo que digan los informes PISA-, un sistema administrativo más eficiente, con menos duplicidades territoriales y más lealtad al interés del conjunto; mejores comunicaciones -trenes, canales-, menos paro estructural, una inmigración globalmente más cualificada. Y protesto: no todo el mundo puede vivir de exportar, la receta para ser competitivos no puede ser igual para quien exporta máquinas que para quien vende turismo, el enfriamiento gripa nuestra capacidad de salir de la crisis por nuestras fuerzas. Mi amigo se encoge de hombros: «Quizá no han hecho ustedes sus deberes durante los años buenos, en educación, con ayuntamientos pagando gastos fijos con ingresos extraordinarios, alicatando -¿se dice así- la costa hasta el techo... No se entiende que su banco emisor o sus ministros de Hacienda no se dieran cuenta, no tomaran medidas. Tampoco parece que tengan menos fraude fiscal, menos economía sumergida. En la globalización, cada país es un equipo: si Italia ficha a Monti, se pone otra vez por delante, porque parte del problema es también la confianza. Les va a costar tiempo y va a ser duro, pero siempre se sale».

No es, claro, la única opinión alemana. Las hay peores, más duras, con una carga de reproche. O de populismo, como cuando periodistas del 'Bild' siguieron a un restaurante al alcalde de Atenas un día de rescate griego y le dieron la cena. El ahorrador alemán recuerda la ruina de la clase media de entreguerras y lo que vino luego, no quiere financiar los errores de los países del sur: «Han vivido ustedes del crédito barato, la industria alemana se financia con el ahorro alemán y depende menos del exterior; no es solo la deuda privada -la manía de comprar casas, de reformar la cocina, de hacer viajes a crédito-, es la de empresas que han crecido por encima de su talla, de Administraciones que se creían escandinavas, o eran corruptas, o derrochaban sin control». Vuelvo a defenderme, ya un poco desanimado: en España se compran pisos porque no los hay en alquiler, si no hay ahorro local hay que captar el de fuera, había que hacer carreteras y trenes, en España se trabajan más horas por menos dinero, es nuestro sistema jurídico el que está descubriendo la corrupción, a lo mejor resulta que sus dirigentes están defendiendo los intereses de la banca alemana y los electorales propios. Pero el amigo alemán empieza a impacientarse: «Entonces tienen ustedes un problema de organización, de productividad, de eficacia del sistema legal. Les queda mucho por hacer. Han perdido unos años preciosos y ahora todo va a ser más difícil. Pero saldrán adelante. Imagínese lo que fue la guerra y la posguerra, mi abuela sembró un huerto en el jardín. Ahora tienen que recuperar la moral y ponerse a corregir, a reconstruir. Si tienen ayuda de fuera, qué suerte. Pero depende de ustedes: después de una catástrofe, un país sale adelante o se hunde dependiendo de su gente y de que sus dirigentes piensen en el común y no en sus propios privilegios. 'So ist das Leben' (Así es la vida)».