Opinion

Un PSOE necesario

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El presidente in péctore, Mariano Rajoy, aprovechó la tradicional recepción en el Congreso de los Diputados con motivo del aniversario de la Constitución para subrayar que «España está a favor de la reforma de los tratados de la Unión» y para anunciar que el primer proyecto de ley que apruebe el nuevo Gobierno será precisamente para desarrollar la reforma de la Carta Magna en materia de estabilidad presupuestaria. Ambos argumentos serán expuestos por el presidente en funciones, Rodríguez Zapatero, en la cumbre europea del viernes, y con ellos tratará Rajoy de dar inicio a la recuperación de la credibilidad económica española. Pero aunque el alineamiento español con las tesis de Berlín y París constituya una necesidad política ineludible para acceder al liderazgo compartido del futuro de Europa, sería ingenuo fiar a dicho movimiento la resolución de los problemas que aquejan a España; como sería gregario sumarse a la entente Merkel-Sarkozy sin siquiera propugnar una adecuación legal del papel que en buena lógica correspondería al BCE en un eurogrupo fiscalmente más cohesionado. La ligera perturbación que la advertencia de Standard & Poor's sobre una posible rebaja generalizada de la calificación de las principales economías de la UE provocó ayer en las bolsas europeas y en la evolución positiva que estaban experimentando las primas de riesgo ofrece, a la vez, signos de esperanza y de inquietud en cuanto al poder moderador que el anuncio de una aceleración de la unidad económica pudiera comportar. Resulta acertado procurar un clima más distendido en los mercados, neutralizando los excesos especulativos, para poder así dar cauce a reformas que aporten mayor productividad y capacidad financiera a las economías en aprietos. Pero existe el riesgo, también en España, de confundir las primeras señales de distensión financiera percibiéndolas interesadamente como síntomas de que las amenazas ya han pasado, lo que induciría una inmediata relajación institucional. Será el peligro más silencioso que aceche a Rajoy en los primeros días de su mandato.

El Partido Socialista ha experimentado el mayor castigo electoral de toda la etapa democrática, hasta caer incluso por debajo del apoyo relativo con que contó al salir de las catacumbas, en las primeras elecciones de 1977. No es, pues, extraño que sus cuadros dirigentes se hallen en un momento depresivo, al borde de una inexorable renovación que, para ser completa, no debería limitarse a designar un nuevo liderazgo sino que debería incluir una profunda revisión ideológica, atenta a la crisis de identidad que padece la socialdemocracia europea, que no ha sido capaz de asimilar el fenómeno de la globalización ni de reaccionar con soluciones imaginativas frente a la gran recesión, que paradójicamente ha sido el fracaso de la exacerbación neoliberal. Sin embargo, el PSOE sigue siendo el principal partido de la oposición, el antagonista de la gran dialéctica parlamentaria, y su papel es esencial para que la acción de la mayoría obtenga su contraste y resulte fecunda. De ahí la necesidad de que los socialistas recompongan la figura, encajen el golpe y aporten su capacidad a la tarea de poner en pie nuevamente este país tras la amarga experiencia de la mayor crisis de las últimas décadas.