Llegar a fin de mes
Aquí no se ha invertido en educación o innovación, sino en cambiar de casa, de coche tuneado y boutique
Actualizado:Con las sacudidas de la crisis, se ha desempolvado el viejo lenguaje de un país con estrecheces. Ha reaparecido la retórica del fin de mes. Dos de cada tres familias remontan ahora con dificultades los últimos días de cada página del calendario, según el barómetro sociológico del CIS; y casi una tercera parte con ahogos exprimiendo sus ingresos con instinto de supervivientes. Llegar a fin de mes era parte del lenguaje cotidiano décadas atrás, como la cuesta de enero, sintagmas acuñados en la herencia austera de la larga posguerra donde parecía latir la España en blanco y negro de los guiones de Berlanga y Azcona, reemplazada por los colores de Almodóvar y la 'joie de vivre'. Ahora las grandes tribunas europeas hablan del final de las vacas gordas en España tras años viviendo como nuevos ricos. Esa es una imagen gráfica de la burbuja del ladrillo, cuando todos los caminos de los 'bin laden' de 500 euros conducían a España, y aquí no se invertía en educación o en innovación, sino en cambiar de casa, de coche tuneado, de 'boutique à la page' o el destino de las vacaciones. La crisis va a cambiar el ritmo de vida, pero también el estilo de vida.
Quizá en España aún no hay conciencia exacta de la travesía del desierto de la crisis, aunque a fin de mes ya se sienten las evidencias. Quedan cinco millones de parados con la declaración extraoficial de náufragos -reciclar albañiles y camareros es particularmente difícil- y una economía hipotensa mientras crece la brecha entre ricos y pobres. El contrato social se debilita. Las restricciones se van a acentuar, aunque de momento bajo las luces de Navidad brille el espejismo. El cambio de Gobierno podrá enderezar mal que bien alguna cosas, pero no va obrar milagros.
Los prodigios no existen, y de hecho aquel 'milagro español' del que sucesivamente han presumido Aznar y Zapatero solo era la burbuja virtual hasta romperse dejando a una generación endeudada hasta las cejas y miles de chicos que se han caído del andamio al vacío. Cuando aquel ministro del aznarismo sostenía que «los españoles compran casas porque tienen dinero», de hecho no tenían dinero sino préstamos temerarios para viviendas con el precio doblado ahora en record de desahucios, y además coche nuevo, televisor de plasma y hasta un trozo de mar. Fue un engaño, y no se trata solo de malos políticos, sino de un país que se dejó engañar. Como dice Savater, «los ciudadanos han vivido felices mientras duraba esa prosperidad irreal y ahora echan la culpa a todo el mundo de que esa prosperidad no sea real». La 'factura desigual de la crisis' es el eufemismo técnico para los perdedores. Tras vernos como nuevos ricos, otra vez se trata de llegar a fin de mes.