La violencia sectaria hiere a Afganistán
Los talibanes se desvinculan de los tres ataques contra los chiíes que causaron más de sesenta muertos
Actualizado:Mediodía en Kabul. Miles de fieles se dan cita ante el santuario Abu Fazl en el área de Murat Khani para conmemorar el martirio del Imán Hussein hace 1.331 años en Karbala (Irak). Es día de Ashura. De pronto, sus poemas de dolor y los golpes en el pecho son eclipsados por una explosión. Al menos sesenta y ocho muertos y cientos de heridos pronto colapsan los hospitales cercanos, que se enfrentan al ataque más brutal del año en la capital. Aceras teñidas de sangre, auténtico martirio de civiles en una fecha mítica que hasta el momento se celebraba en Afganistán gracias a una especie de ley no escrita por la que los grupos radicales suníes no seguían los ejemplos de Pakistán o Irak.
Las miradas apuntaron a unos talibanes que no tardaron ni una hora en condenar el ataque y desvincularse del mismo porque su código de actuación «no permite atacar a afganos en nombre de su religión, tribu o procedencia», una de las directrices del último comunicado del mulá Omar en su intento de ganarse el favor de la población civil.
Tras el ataque suicida en Kabul, una bicicleta bomba explotó en Mazar-e-Sharif (al norte del país) matando a cuatro personas. Kandahar sufrió una tercera explosión en la que no hubo que lamentar víctimas mortales, pero que dejó patente la capacidad de los agresores de realizar un ataque coordinado a escala nacional. La agencia local AIP indicó que el grupo Lashkar-e-Jhangvi al-Alami, de origen paquistaní y vinculado a Al-Qaida, reivindicó la oleada de violencia contra los chiíes a través de llamadas a medios paquistaníes.
Comunicados de condena
En un comunicado, el presidente Hamid Karzai -aún en Bonn intentando concretar las promesas de compromiso por otros diez años de la comunidad internacional- acusó a los terroristas de «no querer que los afganos estén unidos bajo una misma bandera» y les calificó de «enemigos del Islam y de Afganistán». En un país marcado a sangre y fuego por tres décadas de conflictos, lo último que falta para complicar la ya de por sí grave situación de seguridad es una guerra sectaria.
Consciente de lo delicado del momento, el máximo responsable militar de la misión de la OTAN, John Allen, también reaccionó por medio de una nota en la que destacaba que los atentados contra la comunidad chií afgana son un «ataque contra el Islam mismo». Los estadounidenses han aprendido la lección de Irak donde la lucha entre sectas sumió al país en una guerra civil que estuvo a punto de provocar su división.
Mientras Afganistán lloraba a sus muertos, Irak mantenía la alerta roja en torno a los santuarios chiíes del país para evitar ataques, pero el control total de procesiones de cientos de miles de personas es imposible. Al menos 23 personas murieron en dos atentados registrados al sur de la capital en la ruta que los peregrinos siguen hacia la tumba del Imán Hussein en la ciudad de Karbala, a 110 kilómetros de Bagdad.
En total son más de cincuenta los fieles que han perdido la vida este año en suelo iraquí en las procesiones de las últimas 48 horas. El país árabe sufrió en 2004 el atentado más sangriento que se ha registrado en Ashura con 178 muertos y cientos de heridos en un doble ataque contra lugares santos en Karbala y Bagdad.