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Miembros de la policía afgana recogen las pertenencias de las víctimas mortales y heridas en el atentado suicida registrado en una mezquita del sur de Kabul. / Efe
análisis

Afganistán: comprar más tiempo

El episodio de los atentados confirma la vigencia de la auténtica guerra civil y confesional entre sunníes y shiíes también en el destrozado país

ENRIQUE VÁZQUEZ
MADRIDActualizado:

Como queriendo saludar el fin de la conferencia internacional sobre Afganistán que concluía en Bonn unas horas antes, tres graves atentados en Kabul, Maazar-i-Sharif y Kandahar dejaron cerca de cuarenta muertos esta mañana. Los blancos eran afganos reunidos en santuarios shiíes para celebrar la “ashura”, la muerte del nieto del profeta Muhammad en Kerbala hace más de 1300 años.

El episodio confirma la vigencia de la auténtica guerra civil y confesional entre sunníes y shiíes también en el destrozado país, una dimensión en cierto modo menor comparado con la cuestión central: la incapacidad aparente de un gobierno formalmente elegido y apoyado por una gigantesca coalición internacional para derrotar a sus adversarios, los talibanes.

La conferencia empezó en la mañana de ayer lunes y terminó oficialmente con el día, aunque grupos de trabajo todavía redactaban papeles y elaboraban las conclusiones que sus jefes habían expuesto durante el día. Que haya tenido lugar en Bonn no es casual: se quería subrayar el décimo aniversario de la primera gran reunión internacional sobre Afganistán de diciembre de 2001, también celebrada allí, en la pequeña ciudad en Alemania de que habló John Le Carré.

Todos a la guerra

¿Podrían haber imaginado siquiera en Washington hace diez años que la guerra seguiría, que una guerrilla pertinaz tendría en jaque a un ejército poderoso y a unas fuerzas armadas nacionales ya grandes y cada día mejor entrenadas¿ Y, sobre todo, ¿que el proceso político interior, clave de todo arreglo, conocería un punto muerto tan inquietante?

La extraordinaria internacionalización del conflicto no tiene precedentes. Así como en Vietnam, los norteamericanos tuvieron grandes dificultades para obtener pequeñas contribuciones de unos cuantos aliados menores y su acción suscitó hostilidad internacional, en Afganistán, para decirlo coloquialmente, está todo el mundo y no se producen tales demostraciones de oposición en las retaguardias.

La razón es doble: a) la impresión sin precedentes causada por la matanza del 11-septiembre, obra de al-Qaeda, por entonces con cuartel general en Afganistán, y que suscitó una oleada de simpatía con Washington; b) la segunda fase de la guerra, la operación “Libertad Duradera” recibió luz verde de la ONU y posibilitó que la OTAN se hiciera cargo con la creación de una fuerza internacional de asistencia a la seguridad (ISAF).

El error de 2001

La imprevista evolución del conflicto se debe, y ahora se reconoce así, al error estratégico que tomó la rápida victoria de los norteamericanos solos en el último trimestre de 2001 y su entrada en Kabul por una derrota de los talibanes, cuando estos solo habían procedido a una retirada táctica. Hoy se entiende que habría sido mucho más razonable apoyar a fondo a los veteranos adversarios de los talibanes, la “Alianza del Norte”, que siempre había resistido bien en el valle del Panshir bajo el mando del inolvidable comandante Sha Massud.

Al-Qaeda sí sabía bien lo que había que hacer: había matado a Massud (mediante una bomba transportada por un pseudoperiodista árabe que le hacía una entrevista solo dos días antes del 11-S) y Bin Laden instalado en el país y dotado de más medios que el gobierno del mollah Omar, era el poder real… pero socialmente percibido como el jefe de esos árabes, los extranjeros de al-Qaeda.

Los amigos y socios de Massud le odiaban y armarlos, convertirse en un aliado determinante de la guerra civil de hecho apoyando desde fuera con información y armas a los adversarios de Bin Laden habría sido lo sensato y lo barato. Porque los atentados de Nueva York fueron obra de al-Qaeda, no de los talibanes, un ejército de “estudiantes de religión” creado en realidad por los poderosos servicios del vecino Pakistán para terminar con la pugna agotadora de los señores de la guerra.

El escenario regional

Lo cierto es que la facilidad de los triunfos militares iniciales (y el hecho de que Bin Laden seguía en suelo afgano) favorecieron la intervención en gran escala, un deseo de terminar el trabajo de una vez por todas y con éxito. Nada ha sido así y ahora, con Bin Laden muerto desde mayo y una fallida institucionalización del régimen del presidente Karzai en Kabul, el camino elegido es el traspaso de la guerra al gobierno legal en un convulso escenario regional.

En efecto, entre los devastadores daños colaterales políticos inducidos por la guerra, con 150.000 soldados occidentales desplegados (de los que casi cien mil son norteamericanos) un gasto en dinero literalmente insoportable y pocas esperanzas de triunfar plenamente, está la paradoja de haberse alienado al vital vecino paquistaní, que no acudió a la conferencia y cuya capacidad de complicar las cosas en Afganistán es inagotable.

“Al Jazeera” escribía el lunes con naturalidad que la ausencia de talibanes y paquistaníes privaba a la reunión de verdadera importancia. Un lector poco avisado dirá que nunca estuvo prevista la presencia de talibanes… pero no es así. Había una esperanza bastante fundada de que el proceso de reconciliación nacional apoyado por la “gran asamblea tradicional” (“Loya Yirga”) lograría la emergencia de una corriente de talibanes moderados y realistas implicados en una negociación aún sin la exigida salida previa de las “fuerzas de ocupación”. El asesinato hace menos de dos meses del ex-presidente Burhanuddin Rabbani, encargado de la empresa negociadora, fue el trágico mensaje enviado por los rebeldes…

Este es el contexto de la “conferencia de Bonn-II”. En julio habrá otra, de donantes, en Tokyo. De allí saldrá dinero, más dinero, para garantizar lo que es la única política occidental a la vista: comprar más tiempo, evacuar en 2014 las tropas de combate y dejar que el nuevo ejército afgano, en vías de creación, se haga cargo de la herencia…