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ABUELO

CARLOS MORILLO
LA CERBATANAActualizado:

No recordaba haber pasado unas navidades en Cádiz. Los olores y sabores que podía haber disfrutado en su infancia ya habían desaparecido de sus recuerdos. Ni siquiera tenía en su poder alguna imagen en blanco y negro con los reyes magos de esas que se hacían todos los niños gaditanos. Sus recuerdos de la navidad siempre fueron tristes a raíz de la permanente ausencia de sus seres queridos. La pronta muerte de su padre hizo que junto a su madre y su hermano pequeño partieran rumbo a Madrid a, por lo menos, malvivir. Con la poca ayuda de un tío de su madre pudieron salir adelante en la dura posguerra. Su madre pudo trabajar en una empresa textil de día y limpiando casas algunas noches y fines de semana. La desgracia les volvió a visitar: un tranvía atropelló a su hermano en plena Gran Vía en las primeras navidades madrileñas. Su madre se entregó a él y él se entregó a su madre.

No recuerda unas navidades felices hasta el nacimiento de su primer nieto. Ni siquiera sus tres hijos pudieron sustituir el recuerdo de su padre y su hermano en esas fechas que reparten nostalgia y esperanza a partes iguales. Estas navidades serían diferentes. Lo había organizado todo para reunir a toda su familia en la ciudad que lo vio nacer. Podría pasear con sus nietos las frescas mañanas por la avenida de extramuros, visitar los belenes de las iglesias del casco antiguo, enseñarles las mismas plazas gaditanas que ya estaban en su infancia olvidada, escuchar con ellos a los músicos de la calle Ancha y comerse las doce uvas con los herederos de su apellido.

La vida lo puso a prueba en muchos momentos de su existencia pero hoy, con setenta años recién cumplidos, era el abuelo más feliz de todos los abuelos de Cádiz.