
«El lugar de retorno es el que justifica y embellece los viajes»
Desde hace tres años el portuense visita Nueva York, donde encuentra la inspiración y el estremecimiento de la revolución Javier Ruibal Cantautor
Actualizado: GuardarHay sueños que se cuelan en la realidad poquito a poco, sin hacer ruido, con mucha paciencia y la humildad de gente como Javier Ruibal, el cantautor portuense de 56 años que esta semana ha teñido de pasiones algunas salas modestas, pero exquisitas, de la Gran Manzana. Ésa donde se perdiera su gitano en los años 80 siguiendo los caminos de García Lorca, antes incluso de que él mismo supiera de lo que hablaba.
«Las canciones son embustes maravillosos», advirtió el martes a su público del Instituto Cervantes. Lo suyo consiste en abrirles el corazón a guitarrazos e inducirles al trance con historias de amor tan apasionadas que no podrían competir con la realidad. Y si en algún sitio se pierden las proporciones es en Nueva York. Cuando por fin lo visitó, hace 22 años, el autor de 'La Gloria de Manhattan' se quedó sobrecogido ante «una ciudad tan bella y tan áspera», que derrochaba talento y luces de neón, pero también desconcertado por sus calles repletas de vagabundos y una miseria «impropia del mundo civilizado», reflexionó. «Aquí hay que venir a dar un guitarrazo y cantar un par de coplas», concluyó. «Este es el escaparate del mundo, tienes que mostrar lo tuyo».
Tocar en Nueva York es acariciar la fama y no está al alcance de todos. El propio Joaquín Sabina, que en su día abriese las puertas de la discográfica a Ruibal, no estrenó esos escenarios hasta hace poco más de un mes, pero para entonces el gaditano ya llevaba tres años embrujándolos con su música.
Sabina lo hizo a lo grande. Tocó en el Manhattan Center, se alojó en el Hotel Mandarin y presumió de haber visto amanecer en una terraza sobre el Hudson con champagne y caviar. Cada uno tiene sus sueños. Y aunque ambos sigan pasando buenos ratos cuando Sabina busca las olas de Rota, a Ruibal, que defiende a su amigo como alguien con los pies en el suelo, no le deslumbran los focos ni los delirios de triunfador que provoca la ciudad.
«Todos sabemos que dedicarse al arte es hacerle un corte de manga al destino. Decirle: no voy a dedicarme a estar metido en la cadena productiva, no voy renunciar a mi libertad, a mis horas extras de sueño o de insomnio, voy a hacer lo que me dé la gana con mi vida», recita como un credo. «A mí las limusinas me parecen una horterada, el champagne es una estética para pretender que algo importante está pasando y de caviar me puedo comer una cucharadita, no más. Ostras sí, si están buenas, buenas no hay quien me harte».
Al poeta del Estrecho, embriagado de fusiones, lo que le seduce de Nueva York es su cruce de culturas y la efervescencia artística de una ciudad en la que «uno se está pellizcando continuamente», confiesa. «Aquí se respira arte. Hay un público siempre expectante, abierto a que lo sorprendan, por raro que sea lo que le ofrezcas».
Como el que el sábado le esperaba en la sala de Alwan, un centro cultural que reúne a lo más refinado de la diáspora árabe en un carismático loft a los pies de Wall Street. A Ruibal lo anunciaban como «un tesoro nacional de la música española» y él vibraba solo de pensar en lo enriquecedor que sería tocar con otros músicos distintos: el californiano Sean Kupisz, al bajo, y el palestino Zafer Zwil al laud árabe y el violín.
Movimiento emocionante
A pocas manzanas se encuentra Zuccotti Park, esa plaza a donde los indignados de la Puerta del Sol trasplantaron su semilla el 17 de septiembre, para orgullo de Ruibal, que se precia de haber nacido un 15-M. 'The New York Times' tardó una semana en publicar la primera noticia, pero Ruibal, que duerme de prestado en el East Village y toca con músicos del metro, no necesita del 'establishment' para saber dónde tiene que ir su corazón.
Ese primer día de la ocupación estaba entre las 700 personas que acudieron al llamado de la revista canadiense Adbusters para encender la llama de una revolución «que tiene una lógica aplastante», defiende. «No se puede permitir que toda una sociedad se pliegue al deseo de cuatro ricos que tienen una codicia inmoral y obscena». Cuando algunos se desmoralizaban era él, con el orgullo de oírles hablar de la Puerta del Sol, el que les animaba. «En este país las cosas funcionan de manera diferente a Europa pero cuando la mecha prende es bastante más difícil apagarla que en otros sitios», vaticinaba.
A Ruibal le parece emocionante el revulsivo de ese movimiento en el que encuentra «algo bellísimo», y se revuelve contra quienes critican el funcionamiento horizontal de la asamblea sin líderes. «Es lento», admite, «pero ya está bien de líderes y de protagonistas, de gente que se auto postula como portavoz y a lo mejor algún día empieza a dejar de tener en cuenta la voz de los demás y a decidir cosas por sí mismo. Los liderazgos tienen ese peligro. Intuyo que ahí adentro están pasando cosas muy importantes y sobre todo es una lección muy grande para los políticos de viejo cuño: tienen que volver a la calle y no pueden hacer sólo el juego economicista. Hay una moral que ha sido abandonada y ha desnaturalizado a ciertos partidos que se decían de izquierda. Por eso han terminado perdiendo las elecciones».
Suavecito, sin llamar la atención, el trovador gaditano que ha perseguido tantos besos furtivos en la Bahía se ha colado en algunas de las escenas más emotivas de la historia reciente de EEUU. Tres años antes de presenciar el alumbramiento de Ocupa Wall Street celebró en New Jersey la victoria electoral del primer presidente negro junto a la cantante de color Beverly Brown. Y aunque hoy sus amigos que le votaron se sientan decepcionados, a él todavía se le eriza la piel cuando recuerda aquella noche de pasiones tan desbordadas como las que anidan en sus canciones.
Así se ha ido metiendo en el tejido social de ese país donde este año ya ha pasado tres meses. El pavo de Acción de Gracias se lo comió hace dos semanas en Chicago en casa de unos puertorriqueños donde la fiesta acabó con bongos, y antes de volver a tocar en Manhattan buscó con su música lunares indiscretos en un local de Queens, junto a otro puñado de músicos.
En el Cervantes
Lo suyo no es perseguir la ambición «del quinto piso para arriba», como dice en la canción, sino en los andenes del metro o en los antros del Village. En uno de estos subterráneos encontró a Bruno Axel, un violinista de pantalón vaquero y elegante chaqué por el que no le importó dejar pasar el tren y soltar unos dólares. Cuando logró entablar conversación en inglés, intrigado por su música, descubrió que había nacido en Granada y venía de Sevilla. Los acordes siempre se buscan. Así que después de pedirle con un guiño los datos de su sastre lo invitó a subir al escenario del Instituto Cervantes, que acabó convirtiendo en una entrañable reunión de amigos.
Al guitarrista lebrijano Ricardo Moreno lo encontró por Facebook haciendo de turista con su novia por Nueva York. El cantautor cubano Pavel Urkiza había venido desde Puerto Rico para completar juntos una canción, a estrenar en enero, con la que buscan atraer «gente de paz» al conflicto palestino. Ya entrados en calor le hizo compromiso a David Broza, el israelí con el que compuso Padre Coraje para la serie de Benito Zambrano, que se encontraba entre el público, como al flautista cubano Oriente López, que alguien le recomendó sobre la marcha.
La improvisada 'jam session' puso de pie al frío auditorio del Cervantes que esa noche gastaba calor gaditano, trasportado hasta las marismas por la música morisca y aflamencada de Ruibal, salpimentada de cubanos. «Esta ciudad acoge todas las propuestas estéticas, es lo que hace que todo el mundo quiera estar aquí. De todos te queda algo y tú también le dejas a ellos».
De lo que se le haya quedado dentro dará una primera muestra el viernes en el Teatro Principal de Puerto Real, casi recién bajado del avión, feliz de volver a montar en bicicleta, hacer la compra y pasear por la playa, porque «el lugar de retorno es el que justifica y embellece los viajes». Él dice que es lento para germinar las semillas de la inspiración que encuentra por la vida, pero sin duda podrá contagiar ese optimismo enfermizo, renovado por la magia del sueño americano. «Lo excitante es poder decir estoy aquí porque mi música me ha traído. La suerte la decide uno. Lo que hay que hacer es coger el camino».