CÁDIZ LIMITA CON MARRUECOS
Actualizado: GuardarJ avi y Mariví imparten clases en Tetuán y en Tánger pero su casa está en Chiclana. Pedro hace mucho que trasladó parte de su actividad empresarial en Algeciras al sector pesquero de Marruecos. Elena es de Conil pero recibe clases de árabe en Rabat. Carmen tiene casa en el corazón temático de Arcila. Jose trabaja en un banco español asociado a uno marroquí en la City de Casablanca. A veces, la trama de relaciones entre la provincia de Cádiz y la de Marruecos va más allá de las cifras de la macroeconomía o de las rutas sumergidas del narcotráfico o de la trata de seres humanos.
A esta orilla del Estrecho, todavía se polemiza sobre el convenio pesquero entre la Unión Europea y el país vecino, o en torno al albur de que la mayor lonja marroquí siga siendo el puerto de El Aaiún frente a los caladeros saharauis que reclama el Polisario en su eterno pulso con Rabat. Y en materia de inmigración clandestina, todas las miradas apuntan hacia la antigua prisión algecireña de La Piñera, un vetusto centro penitenciario que ahora hace las veces de Centro de Internamiento de Extranjeros. El viernes, por cierto, Algeciras Acoge mantuvo una reunión con el Fiscal Delegado de Extranjería en dicha ciudad para reclamar un Juzgado de Vigilancia y Control de estos CIES en dicho partido judicial, tal y como obliga la nueva ley de Extranjería en su artículo 62.6.
Pero más al sur, Marruecos no sólo supone una fuerte competencia para los puertos de Algeciras o, en menor medida, Tarifa y Cádiz a través de las flamantes instalaciones de Tanger-Med, sino también una fuente de empleo en sectores de capa caída, como el de la construcción: los alrededores de Tánger se están cementando con un sinfín de urbanizaciones que van desde viviendas baratas para la periferia de la ciudad o de chalets adosados y campos de golf en la larga línea de playa que lleva hasta Arcila y que hasta ahora permanecía prácticamente virgen. Numerosos gaditanos, no sólo empresarios sino trabajadores, están participando en ese nuevo boom inmobiliario que, si nadie lo remedia, puede que también termine como el nuestro.
Al igual que España, Marruecos acaba de celebrar elecciones legislativas: fue el pasado viernes 25 de noviembre y, a lo largo de la presente semana, el rey Mohamed VI no ha tenido más remedio que nombrar como presidente del Gobierno -la nueva Constitución ha cambiado ya la antigua denominación de primer ministro- a Abdelila Benkiran, el líder del Partido de la Justicia y Desarrollo, la única formación islamista legalizada, aunque es vox populi que la que tiene más seguidores es la de Justicia y Caridad, que empieza a infiltrarse con desigual suerte en el activo y laicista movimiento del 20 de febrero, similar a nuestro 15-M y a los de otras primaveras árabes.
La pintoresca ley electoral marroquí impide la mayoría absoluta, así que los barbudos locales tendrán que formar coalición con antiguos adversarios, probablemente con los de la llamada Kutla, con el Istiqlal nacionalista, con los antiguos comunistas del PPS o con la Unión Socialista de Fuerzas Populares. En Marruecos, la gente se pregunta si después de asumir la primacía gubernamental, Benkirán dejará de ser la voz que clamaba por la prohibición del concierto del gay Elton John en Marruecos o que le gritó «vístete», en pleno Parlamento a una periodista que llevaba mangas a la sisa. O si, en cambio, lucirá una corbata políticamente correcta como la que llevó a su entrevista de esta semana con el Rey, una fotografía insólita para alguien que tiene un concepto de la moda tan personal e intransferible como el de Evo Morales con sus jerseys.
De cara a la galería, Benkirán se presenta como moderado: de hecho, su partido fue estimulado por Hassán II para frenar a la competencia integrista del jeque Yassin. Algo así como el Partido para la Justicia y el Desarrollo de Turquía. O como -lo ha dicho el propio interesado- como la democracia cristiana europea. Y, a efectos al menos de los discursos, no pretende prohibir la minifalda sino reclamar que una mujer islamista no se vea marginada en una empresa por llevar hiyab. Claro que hay quien piensa que todo esto pueda conocer, a partir de ahora, el efecto contrario y que quienes se vean marginadas sean aquellas mujeres que decidan no usarlo.
En las relaciones con España y especialmente con el Partido Popular en La Moncloa, parece que todo el pescado está vendido y nunca mejor dicho. La figura de Rajoy como heredero de Aznar, la evocación de la larga crisis diplomática entre Madrid y Rabat, han sido esgrimidas durante la campaña electoral marroquí. Y de todos es sabido que existe poca sintonía entre los conservadores españoles y el país vecino, en una obstinada negación de la evidencia geográfica. Ambos países tendrán ahora un nexo en común, el de Estados Unidos, con el Africom compartido entre la base de Rota y la de Tan Tan, próxima al Sáhara Occidental. Quizá esa baza impida que los Colin Powell del futuro tengan que ser despertados en plena madrugada para localizar en un mapa la Isla del Perejil, a fin de valorar el alcance de la invasión de El Perejil. Con islamistas o sin ellos, con gaviotas o sin ellas, más allá de la balanza de pagos y de los pomposos discursos oficiales, lo importante es que Javi y Mariví, Pedro y Elena, Carmen y Jose puedan seguir yendo y viniendo con normalidad entre una y otra orilla. Y que también lo hagan Driss, que tiene una carnicería halal en Algeciras, Mohamed, que atiende un bar en Tarifa, Buker, que viene a reunirse con la Asociación Pro Derechos Humanos en Corneta Soto Guerrero, Abdul que trabaja en San Fernando en una empresa de transportes o Abdelkader, que tal vez haya llamado esta mañana, lleno de frío y de miedo, a las puertas del centro social de Tartessos en Trille.