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«Rezar me da mucha paz interior»

«Soy bastante frívola -admite Tamara Falcó-, pero también tengo vida espiritual»

ARANTZA FURUNDARENA
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Mi madre por sus hijos mata». Dicho así podría parecer que quien habla es la hija de Belén Esteban. Pero no. Aquí estamos ante una hija (la más mediática) de Isabel Preysler. Tamara Falcó acaba de cumplir la redonda cifra de treinta años en una fecha tan crítica como el 20-N. Y desde entonces no ha parado de celebrarlo. Ha disfrutado de una fiesta rutilante, ha sido portada de '¡Hola!' dos semanas consecutivas... El miércoles por la noche estuvo en Barcelona como embajadora de la firma Pronovias. En el marco de la multitudinaria 'Shopping Night' celebrada en el Paseo de Gracia con motivo de la inauguración del alumbrado navideño, ella brilló con luz propia. «He tenido unos novios estupendos, pero no ha habido suerte y la cosa siempre se ha terminado antes de pensar en boda», confesó rodeada de elegantes trajes de novia y sin perder jamás su indesmayable sonrisa.

«¡Ya lo tengo. Se llamará Tamara!», exclamó de golpe el marqués de Griñón rompiendo el silencio de la noche. Carlos Falcó acababa de tener una revelación mientras dormía. La niña que esperaba su mujer, Isabel Preysler, se llamaría Tamara y no Viviana, como había decidido en un principio la pareja. «Mi madre -relata Tamara treinta años después- al principio estaba un poco preocupada porque creía que mi nombre no tenía santa, y ella para eso es muy creyente. Pero luego supieron que sí, que hay una Santa Tamara, aunque me parece que es ortodoxa, je, je...». Algo más heterodoxa, la infancia de Tamara Falcó (una niña «nada traviesa») transcurrió entre sus tres hermanos por parte de madre. «Enrique al principio me tenía celos y me chinchaba muchísimo, pero luego fue el que más me apoyó en mi adolescencia. Julio me defendía, y Chábeli me veía como una niñita a la que cuidar. Luego, así de maternal he sido yo con Ana», desvela. Ana, la hija de Isabel Preysler y Miguel Boyer, es la autora del regalo de cumpleaños que más ilusión le ha hecho a Tamara: «un collage con fotos de cuando era pequeña. Tiene mérito -dice-, porque le ha llevado muchas horas y ella está muy ocupada con sus estudios».

Tímida y risueña, así se ve a sí misma Tamara. «En el carácter he salido a mi padre. A los dos nos parece todo estupendo, somos 'easygoing' (fáciles de llevar), como dicen los anglosajones». Solo se siente molesta «cuando me malinterpretan». Pero incluso entonces no pierde los nervios. «Yo, si me enfado de verdad, me callo. Me quedo seria, hermética. Y se me nota mucho, porque normalmente siempre estoy sonriendo». En la tienda de trajes de novia donde ha ejercido de embajadora hay una inscripción que afirma que la mujer que no ha amado se ha perdido la mitad de la vida. «Estoy de acuerdo -ataja Tamara-. Más vale sufrir a no haber amado nunca. Yo soy de apostar, aunque pierda». Y cuenta que con su último novio, Tomasso Musini, se lleva de maravilla. «Lo he aprendido de mis padres, a menos que alguien te haya hecho algo imperdonable es mejor quedar como amigos. Lo malo es que cuando rompo con un novio toda mi familia se queda destrozada porque le habían cogido cariño».

Su hombre perfecto

Después de trabajar como diseñadora para una firma de gabardinas que al final prescindió de ella por los inevitables recortes presupuestarios, Tamara acaba de inaugurar un blog de moda y además dirige 'El Rincón', una finca de su padre situada en la provincia de Madrid y actualmente explotada como marco incomparable de bodas y otros eventos. «Con las novias aprendo mucho -explica-, creo que voy a llegar con mucha experiencia al altar. Si no me ha ocurrido hasta ahora ha sido por... No sé, circunstancias. Mi hermano mayor me dice que deje de buscarme novios en el extranjero porque es todo mucho más complicado cuando viven fuera». Que le haga reír. Es el primer requisito que Tamara Falcó le pide a un hombre. Y no es difícil de cumplir porque ella es de risa fácil. Mientras llega su pareja ideal, se entretiene con el trabajo, los amigos, y a ratos con su propia soledad. «Me encanta estar sola -asegura-. Me pongo a leer o a rezar. Sí, a mí rezar me da mucha paz interior. Soy bastante frívola, lo reconozco, pero también necesito cultivar mi vida espiritual».