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El bella durmiente

JUAN MANUEL BALAGUER
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El uso del artículo masculino singular en el título, no responde a una errata, o lapsus ortográfico, ya que no vamos a referirnos ni al cuento homónimo de Perrault o de los Grimm, o a la Sinfonía Op. 33 de Tchaikovsky, inspirada en ambas versiones, y también homónima, sino que vamos a referirnos a un violín, merecedor del artículo masculino. Se trata del Stradivarius 'Betts', también llamado 'La Bella Durmiente', construido por Antonio Stradivari en 1704. Hace unos días, he tenido la fortuna de escuchar su portentosa voz de soprano, gracias al talento musical de la espigada y joven violinista francesa, Isabelle Faust, interpretando con él el Concierto Op. 64 de Mendelssohn.

Buena es la música para tender caminos, uno de los que me llevó el otro día hasta la Cremona en la que coincidieron Nicolò Amati, Antonio Stradivari y Andrea Guarnieri, en los Siglos XVII y XVIII, maestro y alumnos engarzados, entre muchos otros, con los misterios milagrosos del imprescindible oficio canoro de 'luthier', llegando a la conclusión, que la creatividad, más aún aquella que aspira a la excelencia, necesita de un atmósfera sosegada y una escolástica, en sentido lato y más aún todavía si son muchos los oficiantes agremiados.

El ejercicio de las artes, como de las ciencias, requieren de un clima y de un reconocimiento, ambos benignos y agradecidos, como necesitan de unas pautas canónicas y una disciplina, de un orden concertado, girando en torno al magisterio de los más habilidosos y adecuados. Sin escuelas no existe propensión al avance, a la mejora; no existen esperanzas de alcanzar la excelencia imprescindible. Lo mediocre convoca a los mediocres, como lo cutre llama a lo cutre, y, por ende, a la monumentalización de lo casposo.

Hagan conmigo, si lo desean, un pequeño ejercicio de memoria, situándose en la Toscana renacentista: Petrarca, Mirandola, Boccaccio, Maquiavelo, Miguel Ángel, Da Vinci, Giotto, Masaccio, Della Francesca, Uccello, Tiziano, Giorgione, Botticelli, Donatello, Alberti, Brunelleschi, Palladio, Della Porta, Della Robia y Bramante, sin agotar la lista, y díganme si ese portento de talento gremial, joya universal del compromiso con la creación, con el sacrificio y el denuedo, se ha podido edificar sin contar con el sólido zuncho perimetral del magisterio. Sin basa, no tienen porvenir ni el fuste sustantivo, ni el protagónico capitel. Sin padres de familia, alcaldes y maestros, desde la gramática, o el álgebra, hasta la marquetería, no hay sociedad. Como así sin grandes alumnos, como Stradivari, no pueden emerger maestros como Amati. La Ética, la Estética y la Moral, resultan ser el preciso corte de la gubia.