En el día mundial contra sida: recordar a las personas presas
ASOCIACIÓN PRO DERECHOS HUMANOS DE ANDALUCÍAActualizado:Estamos anonadados ante la tormenta perfecta que es la crisis; intentamos asimilar con dificultad sus consecuencias; muchos además tratamos -quizás con más entusiasmo que eficacia- de encontrar un pequeño resquicio para argumentar que lo que se está haciendo -las políticas de ajuste, recorte y austeridad-, sólo están pensadas para mantener las tasas de beneficio de banqueros y especuladores y no provocan sino más paro, más pobreza y más sufrimiento para millones de personas.
Estos tiempos de incertidumbre y de desánimo colectivo que vivimos dejan poco espacio para recordar a los colectivos más vulnerables. Entre ellos el de las personas presas que han recorrido el último eslabón de la exclusión. Recordarlas en el Día Mundial del Sida, cuando todavía esa y otras enfermedades sigue teniendo una altísima incidencia en la cárcel, es casi obligado, un deber moral y un compromiso social.
Una situación de exclusión social, de marginación y penurias, a las que se une el estigma, la incomprensión social y políticas penitenciarias que hace mucho tiempo que dejaron de estar diseñadas para la reeducación y reinserción social como manda la Constitución y exigen los derechos humanos.
Pocas personas son conscientes que en España hay una tasa de personas presas superior en mucho a la media europea. Más de 71.000 personas presas en España con un perfil marcado por la pobreza y la marginación, suponen una tasa de 151 presos por cada 100.000 habitantes, frente, por ejemplo a los 89 de Alemania o los 96 de Francia. Lo que no se compadece con que la tasa de criminalidad en nuestro país sea sin embargo ostensible inferior a la de los países europeos, en concreto casi 20 puntos.
Delitos muy graves y lamentables, con también lamentables campañas mediáticas, quizás hayan conseguido que una parte de la población considere positivo un mayor -pero ya imposible- agravamiento de las penas. En el contexto de crisis en la que nos movemos volvemos a oír que las cárceles son como hoteles de lujo para los presos y que entran por una puerta y se sale enseguida por la otra. Incluso el Partido Popular llevó en su programa para las elecciones el establecimiento de la inconstitucional cadena perpetua.
No hay, claro, suficiente conocimiento de que en la práctica ya existe la prisión perpetua en nuestro país, en condiciones más duras que ningún país europeo. De hecho hay en torno a 350 personas que cumplen penas superiores al límite de 30 años y en muchos casos tampoco son las que cometieron delitos más graves. Y pocas veces se dice que, ya hoy, todas las personas que entran en la cárcel cumplen íntegramente sus condenas.
Del mismo modo que no se habla de la alta incidencia de las enfermedades infecciosas graves. Trastornos mentales, hepatitis e incluso tuberculosis tienen una alta incidencia en la población penitenciaria, muy superior a la que se da en el resto de la sociedad. Mientras que el VIH afecta tal sólo a un 0,4% de la población en la cárcel supera el 8%. El 11% de los casos detectados de SIDA en toda España corresponde a la población reclusa. En 2010 se detectaron más de 100 casos de Sida en las cárceles españolas. De hecho, el número de presos fallecidos por VIH en las prisiones españolas entre los años 2005 y 2009 ascendió a 157. Andalucía con 44 personas muertas por esta causa encabeza el triste ranking en España.
Se trata de una realidad cruel, olvidada y ocultada, ante la que ninguna sociedad democrática debiera permanecer indiferente. Pero lamentablemente no es así. En este tiempo de recortes de derechos y de recursos sociales para el conjunto de la población, los últimos, la última preocupación, son las personas presas. Las administraciones -e incluso en no pocas ocasiones la propia sociedad- viene a decir algo así como ¡ahí se pudran!
Y sin embargo los presos son personas que han sido condenadas a la privación de la libertad, pero no a la falta de atención sanitaria, a una vida indigna, a persecución y castigos intolerables y en no pocas ocasiones a malos tratos a veces crueles y siempre degradantes.
Si hoy, en el día mundial del SIDA, nos felicitamos del descenso de su incidencia global, sería ocasión de recordar a un colectivo para el que no hubo ningún descenso. Sería ocasión de recordar aquello que los colectivos sociales venimos reclamando insistentemente: que los derechos, y en particular el derecho a la salud, no se detenga en la puerta de las cárceles