KIOTO, SEGUNDA VUELTA
Actualizado:Nuestras abuelas, no menos enérgicas que benignas, creían que el peligro amarillo era Manolita Chen. No se hablaba por aquel remoto entonces de contaminación atmosférica y no podíamos echarle la culpa a Fu Man Chú, pero ya se sabe que el mundo da muchas vueltas para quedarse en el mismo sitio y este planeta, situado en el extrarradio galáctico, empieza a apestar. No hay orilla del río que huela peor y los asiáticos y los norteamericanos, con las narices tapadas, desean reducir los gases de efecto invernadero. Entre los enigmáticos designios del llamado Sumo Hacedor no está preocuparse por sus fugitivas criaturas. Allá se las compongan.
Se está calentando la cumbre del clima a pesar de que a esas alturas siempre hace frío. Se habla de convoyes de basura radiactiva y de cremas solares que empiezan a afectar incluso a los peces más viejos del río, por mucha sabiduría que hayan sabido amontonar, como en el poema de Miguel Hernández y vivieran «brillantemente sombríos». Ya se oyen los gritos hasta debajo del agua. Hay contaminación en Asia, inundaciones en Europa, sequías en África y deshielos en la Antártida, pero en Málaga hace un tiempo espléndido. Menos mal que los barómetros aún no han sido perfeccionados lo suficiente para detectar los riesgos de depresión de los mercados, aunque la sismografía acuse que en toda la zona euro hay que echarse a temblar.
Nuestros místicos, como vivían bajo techado, amaban a la Naturaleza. Fray Luis de Granada, que sin duda hizo algunas excursiones, habló de las maravillas de la creación, pero nunca estuvo Kioto, que se sepa. No pudo prevenirnos de que nos estamos cargando el invento. El mundo desconfía de que sus pobladores tengan conciencia de que después de ellos tienen que venir otros al mismo hospedaje. El que venga detrás que arree. La cumbre de Durban tiene peores perspectivas que la de Kioto. Entonces creíamos que era posible salvarse con el esfuerzo de todos, pero ahora no creemos ni en el esfuerzo, ni en la salvación. Solo en el déficit.