«Rigor histórico y humor no están reñidos ni son incompatibles»
El historiador y narrador publica 'La década que nos dejó sin aliento', otra entrega de su hilarante serie sobre la reciente historia de España Juan Eslava Galán Escritor
MADRID Actualizado: GuardarDel asesinato de Carrero Blanco en 1973 al balcón del Palace al que se asomaron González y Guerra para inaugurar en 1982 la era socialista, Juan Eslava Galán (Jaén, 1948) repasa un tiempo de vértigo y errores en 'La década que nos dejó sin aliento' (Planeta). Con rigor y mucho humor, examina y reverdece acontecimientos cruciales «para lo bueno y lo malo». Los relatan personajes como don Próculo, los 'pícaros' Medio Peo y Burro Mojao, Pepe, de la Barbería el Siglo o el constructor, importador y falangista Chato Puertas y su secretaria Puri.
-¿Crea un género casando historia y picaresca?
-Casi. Cuando estoy con un ensayo me apetece hacer una novela, y viceversa. En esas, me salieron ensayos novelados o las novelas ensayadas, que es donde habría que colocar esta serie. Es una prosa chistosa, pero con pies de página y notas que demuestran que la cosa es muy seria, aunque sea ligera en el mejor sentido de la palabra y el lector se carcajee.
-El humor no es un recurso habitual entre historiadores.
-Los historiadores españoles se ponen demasiado solemnes. No ocurre en otros países, donde no se les caen los anillos por hacer obras de divulgación. Aquí parece que están reñidas con la ciencia. Y resulta que el humor no está reñido con nada, y menos con la historia y el rigor.
-¿A qué achaca el vivísimo interés por la historia reciente y fenómenos como 'Cuéntame'?
-Cada generación se enfrenta al futuro un poco perdida. Pero debe mirar al futuro desde el espejo del pasado. Noto con sorpresa y agradecimiento cómo el interés por la historia no deja de crecer. Por eso reviso y reelaboro el texto en cada edición.
-¿Por qué nos dejó sin aliento esta década?
-Nadie se habría imaginado en pleno franquismo, en 1973, que antes de diez años habría un gobierno socialista. Fueron cambios vertiginosos y de tal magnitud que nos robaron el aliento.
-Una década de vértigo ¿prodigiosa en algún sentido?
-En ninguno. Soy muy crítico con lo que se hizo, y prodigios hubo pocos. Nuestros grandes males de hoy proceden de lo que se hizo fatal entonces. A toro pasado es fácil criticar, pero al menos debemos tener claro dónde erramos entonces y aún nos mediatiza. Se improvisó una democracia y salió a medias. Entonces podíamos enorgullecernos. Hoy no. Deberíamos arreglar ahora lo que hicimos mal, sabiendo que el pueblo fue más que sensato, capaz de adaptarse, y estuvo muy por encima de sus políticos.
-¿Qué fue lo peor?
-La Ley de Reforma Política y la adaptación de la Ley D'Hont, que se hizo fatal. Dio lugar a 17 autonomías -18 con el Gobierno central-, algo que este país no puede permitirse hoy. Creamos un puñado de generaciones de vagos que vive de la política en cada autonomía. La gente que trabaja no puede mantener a tanto sinvergüenza. La adaptación de la ley D'Hont era y es injusta y beneficia a los dos partidos mayoritarios, que no quieren cambiarla. Prima demasiado a los separatistas, de modo que se puede dar la sinrazón de que una alianza con los separatistas marque calendarios políticos.
-La transición perdió su vitola positiva, ¿tanto como para llamarla transacción?
-Ante el temor a nuevas confrontaciones, tras la muerte de Franco, la derecha cedió a una pseudodemocracia y entregó parcelas de poder a la izquierda, en especial al PSOE. La izquierda cedió y se bajó los pantalones, aceptando la monarquía y que no se pasara factura a los que mandaron durante 40 años. Fueron cesiones fallidas. Aquí nunca hubiera habido otra guerra. Había una clase media poderosa que no existía en el 36 y el pueblo era mucho más maduro que sus políticos, que eran unos pipiolos. Todo lo urdió Torcuato Fernández Miranda, la mente que trabó la falsa legalidad que lo soportó. Con Suárez la cosa se arrebató; era al principio un mindundi que comía lo que el otro le servía. Pero se creció, creyó que podría ir por libre, corrigió la Ley de Reforma y metió la pata con el famoso 'café para todos'.
-¿Fue la década crucial en la segunda mitad del siglo XX?
-Sin duda. Como lo fue la de los treinta en la primera mitad, con la caída de la monarquía, la proclamación de la república y la guerra civil.
-¿Sus personajes más brillantes y siniestros?
-El más siniestro, sin duda, Carlos Arias Navarro, forjador de un búnker que se derrumbó. No brilla como merece Leopoldo Calvo Sotelo. La historia no ha sido justa con él. Culto, preparado, hábil, con enorme retranca, dotado para los idiomas y la música y con el valor para sacar adelante el juicio del 23-F y decir luego que se había resuelto en falso para poder tapar al rey y a todos los implicados en el golpe. Santiago Carrillo, el más habilidoso de su tiempo, fue un camaleón capaz de adaptarse a todo con tal de tener su cuota de poder. Felipe González comenzó siendo un buen muchacho con grandes ideas, pero acabó en manos del 'gran hermano americano', como los socialistas franceses y alemanes.
-¿Y el rey?
-Siempre a verlas venir, pero con la suerte de unos consejeros estupendos, de Torcuato Fernández Miranda a Sabino Fernández Campo, que ha sacado infinitud de veces las castañas del fuego. Si Sabino ha escrito sus memorias y son sinceras, serán muy reveladoras. Tuvo además la prensa a favor, protegiéndole en momentos cruciales como el 23-F, con un pacto de no agresión que ahora parece deshilacharse.
-La picaresca nos definía en el Siglo de Oro y ahora pervive en los despachos de las altas esferas, desde donde se roba con descaro. También persiste en los partidos, así que convendría hacer una limpieza ética de esa picaresca que está en nuestra médula. Mis pícaros, que persisten también en toda la serie, nos cuentan ahora cómo una España desarrollista se incorpora a la modernidad mientras permanece otra España suburbial. Dan cuenta de los escándalos y las estafas. Mi favorito es el Chato Puertas, que llega a ser un potentado que se lleva a Suiza los dineros ocultos en un camión de ajos.