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El príncipe de Mónaco visita el Aquarium de San Sebastián tras los pasos de su tatarabuelo, otro entusiasta de los océanos

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De pequeños aprendimos que el hombre tiene tres cuartas partes de agua, pero es probable que en algunos organismos la proporción sea aún mayor. Cuando uno ve a Alberto II de Mónaco asomado al Cantábrico tiene la sensación de que su alma se gobierna al compás de las mareas. Será cosa de familia. Su tatarabuelo, el primero de los Grimaldi que reinó con el nombre de Alberto, fue un entusiasta del océano que pasó a los libros de historia con el sobrenombre de 'El príncipe navegante'. Cuentan las crónicas de la época que fue uno de los precursores de la investigación del medio marino y que era tal su afición por el océano -dirigió 28 campañas de investigación a bordo de sus barcos- que sus súbditos suscribieron en 1909 una declaración en la que le reprochaban que se preocupase más por los asuntos científicos que por el gobierno del Principado. Algo de aquella pasión debió pasar al Alberto actual, que no solo ha escogido para casarse a una nadadora, al fin y al cabo lo más parecido a una criatura marina, sino que además se ha embarcado en singladuras que le han llevado a conocer los dos polos del globo terráqueo en una acción dirigida a llamar la atención sobre el calentamiento global.

Pero bueno, retrocedamos hasta la escena en la que se ve al príncipe asomado al Cantábrico. Si abrimos el campo de la cámara veremos que se encuentra en un balcón de un edificio repleto de peceras y restos de criaturas marinas que vigila una de las bocanas de la bahía de San Sebastián. Es el Aquarium, el primer oceanográfico que hubo en España y también el museo más visitado del País Vasco hasta que se abrió el Guggenheim. Durante décadas la seña de identidad del viejo Aquarium fue el esqueleto de una ballena franca capturada en 1870, se dice que el penúltimo ejemplar de los cogidos en la costa vasca. Aquel mecano de marfil de doce metros varado en una gran sala se convirtió en el símbolo sentimental del museo y también en gráfico testimonio del talento de nuestros ancestros para combinar depredación y conocimiento.

Es probable que el tatarabuelo del hoy príncipe de Mónaco conociese la osamenta de la ballena. El primer Alberto de la familia Grimaldi recalaba con frecuencia en aguas españolas, igual porque le traían a la memoria recuerdos de sus años mozos. A los 17 años ingresó en la Escuela Naval de Cádiz y llegó a servir de oficial en la Marina española tanto en aguas peninsulares como en Cuba, colonia hasta 1898. Al término de su periodo de formación regresó a Mónaco pero mantuvo sus vínculos con la Armada, donde ascendió hasta lograr el título de contralmirante. Tuvo mucho trato con la familia real española y conoció tanto a Alfonso XII como a su hijo Alfonso XIII. Fue precisamente esa relación la que está en la génesis de la visita de ayer de su descendiente a San Sebastián.

Alfonso XIII, que como el resto de su familia pasaba los veranos en la capital donostiarra, puso al gobernante monegasco en contacto con un grupo de próceres de la ciudad con inquietudes científicas. Su pasión por el mar era para entonces de dominio público y se sabía incluso que se había embarcado en un discutido proyecto de construir un museo oceanográfico en el Principado. El Grimaldi nauta, que visitó San Sebastián por primera vez en 1903 en su yate 'Alice' dentro de una de sus campañas de investigación en el Golfo de Vizcaya, asesoró de mil amores a los donostiarras y apadrinó la fundación en 1908 de la Sociedad Oceanográfica de Guipúzcoa (SOG).

Tampoco tuvo problema en cederles unos años más tarde los planos que habían servido para construir su museo de Mónaco, un imponente edificio que domina el Mediterráneo desde un escarpado acantilado de 85 metros de altura y que tardó once años en levantarse. Aquellos dibujos inspiraron muchas de las soluciones adoptadas en el Aquarium donostiarra, que abrió sus puertas en 1928. Para entonces el Príncipe ya había fallecido, pero el retrato al óleo que había hecho llegar unos años antes a San Sebastián para agradecer su designación como alto protector de la SOG ocupaba un lugar destacado en las salas del nuevo edificio.

Cara de circunstancias

De todo eso se habló ayer durante la visita de Alberto II, la segunda que cursa un miembro de los Grimaldi a San Sebastián en dos años. En 2009 fue Carolina de Mónaco la que representó a su familia en la inauguración del remozado Aquarium. Le acompañaron entonces los Reyes de España. La presencia de su hermano suscitó menos expectación. Las princesas, ya se sabe, dan más juego que los príncipes. Alberto II no tiene desde luego ni la belleza ni la elegancia que destila su hermana, icono de toda una generación, pero se desenvuelve con soltura en las ceremonias públicas y tiene tablas para sortear las situaciones más comprometidas. Lo demostró cuando el presidente del Aquarium le sorprendió con un regalo inesperado: una camiseta infantil de color azul «por lo que pueda venir».

Desde que se casó el 2 de julio con la surafricana Charlene Wittstock, se han sucedido los rumores sobre un posible embarazo sin que haya confirmación alguna al respecto por parte de la pareja. El regalo dejó inicialmente desconcertado al Príncipe, que se recompuso en un instante y posó ante los fotógrafos sujetando la camiseta con cara de circunstancias. No fueron los únicos obsequios que recibió; también se llevó un original del primer cartel publicitario del museo, un cuadro y una maqueta que reproduce una birreme, una nave utilizada por los fenicios y los antiguos griegos. A su vez, hizo entrega al Aquarium de una edición limitada de un libro que recoge algunas de las investigaciones que llevó a cabo su tatarabuelo durante sus campañas oceanográficas.

Alberto llegó al aeropuerto de Fuenterrabía en su avión particular procedente de Niza. Media hora después saludaba a las autoridades en las puertas del Aquarium de San Sebastián. Vestía con sobriedad: traje y corbata azules, y camisa blanca. En un primer momento no sabía muy bien qué hacer con el bastón -makila- que le entregó el presidente de la SOG, Vicente Zaragüeta. ¿Se lo tenía que devolver? Un rápido intercambio de miradas le bastó para comprender que la vara de mando iba a estar en sus manos hasta que abandonase el edificio.

La sombra de sus antepasados planeó tanto en su visita al Aquarium como en la que hizo más tarde al Museo Balenciaga de Getaria. Si las referencias a su tatarabuelo monopolizaron los discursos en el museo oceanográfico, el recuerdo de su madre estuvo muy presente en su estancia en Getaria. El recinto que rinde homenaje a Balenciaga tiene entre otras joyas cuatro modelos que pertenecieron al guardarropa de la desaparecida actriz y que fueron cedidos por la Casa Real monegasca. La admiración que despertaba el modisto en la familia Grimaldi quedó patente en la dedicatoria que dejó escrita en el libro de firmas del museo: «Aquí he podido reencontrar con emoción las creaciones de este extraordinario arquitecto de la alta costura que mi madre la Princesa Grace apreciaba tanto».