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ESPAÑA

LA NOCHE DE LAS TORTUGAS

MAGIS IGLESIAS
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Si Benetton tuviera que añadir a sus anuncios de besos imposibles el de dos españoles, nada mejor que remontarse al Congreso del PP en 2008 y elegir el inverosímil ósculo entre Rajoy y Aznar. Fue uno de los momentos más duros que tuvo que soportar el líder popular, acosado por los suyos, denostado desde los medios de comunicación, con dos derrotas consecutivas a sus espaldas y abroncado por quien fuera su mentor. Hay que volver la vista atrás para saber que la historia, que se cerró con un triunfo electoral rotundo en la noche de ayer, comenzó un 31 de agosto (2003) cuando el entonces presidente del Gobierno le eligió como sucesor. Fue un proceso extraño e inédito que debía concluir en seis meses con su reválida en las elecciones. Pero las cosas se torcieron y el semestre se convirtió en una larga travesía de ocho años. Un proceloso peregrinaje que el político de Pontevedra superó gracias a su galaica capacidad de adaptación, incluso mayor que la de sus ancestros en la inmigración suiza o americana. Tras la primera derrota en 2004, se puso en manos de los más radicales y se allanó a los designios de Aznar que quiso remediar el desaguisado tomando decisiones en su nombre. Fue una legislatura a demanda de la derecha más airada, resentida por su inesperada debacle tras el sangriento 11-M. Alberto Ruiz Gallardón, Josep Piqué y otros dirigentes que creían llegado su tiempo para hacer una política amable con un Rajoy moderado por naturaleza, se quedaron con un palmo de narices. Los que no aguantaron el envite fueron aparcados en la cuneta y los más veteranos regresaron a los cuarteles de invierno a la espera de tiempos mejores. Un nuevo fracaso electoral, en 2008, se precipitó como un tsunami sobre el candidato como cosecha de su propia labor. Abrazado a su esposa en el balcón de la calle Génova, tomó la decisión de rebelarse para resurgir de las cenizas. «Ahora voy a hacer mi equipo», avisó y comenzó una lenta pero poderosa renovación interna, a su manera, sin enemigos ni hipotecas. «No le debo nada a nadie», se jacta. Pacientemente, esperó y esperó confiando en que «cuando se hacen bien las cosas, los resultados llegan». Sobre todo, la clave del éxito de Rajoy deriva de su enorme resistencia, su aversión al riesgo, la habilidad para ceñirse en las curvas y mimetizarse con el camino. Igual que las ancianas tortugas han sobrevivido a muchas otras especies en la historia gracias a su caminar calmoso y un caparazón más duro que el pedernal, el político gallego ha sido capaz de resistir y ganar. Ha recibido más votos que nadie en la derecha y tendrá en su mano el mayor poder que un partido ha tenido nunca en las instituciones. Le espera un reto abrumador y el peor momento de incertidumbre económica. ¿Resistirá?