El ocaso de Zapatero
Su soñado Camelot, el de la 'democracia bonita', es ahora apenas un recuerdo para sus Memorias
Actualizado:Hoy, a las nueve de la noche (ocho en Canarias), José Luis Rodríguez Zapatero se convertirá en presidente en funciones. Adolfo Suárez lo fue entre su dimisión el 29 de octubre de 1981 y la investidura de su sucesor el 25 de febrero. No es preciso recordar lo que había sucedido dos días antes. Leopoldo Calvo-Sotelo (q.e.p.d.) lo fue el 28 de octubre de 1982, con la amargura -que su elegancia le permitió esconder en la intimidad- de no conseguir siquiera su propio escaño en las elecciones (era el número dos de la lista de UCD por Madrid). José María Aznar vio truncada su ambición de salir de La Moncloa por la puerta grande el 14 de marzo de 2004 por el atentado islamista que hubo tres días antes. De este memorial de tristezas solo se escapa -y en parte- Felipe González, cuya 'dulce derrota' del 3 de marzo de 1996 le permitió una salida un poco más airosa.
¿Cómo entra en su nuevo estatus Zapatero? Sin duda, muy mal. Es posible que de forma catastrófica. Dependerá de lo que vayamos sabiendo a partir de las nueve y de lo que vayan diciendo los mercados a partir de mañana. Pero, entre tanto, hay alguna paradoja que llama la atención. Zapatero se retirará como el único presidente del Gobierno que jamás ha perdido una elección (si excluimos el caso especial de Calvo-Sotelo, que tampoco llegó a la presidencia por elección) y, al tiempo, el que sale de La Moncloa con una peor valoración de los ciudadanos. Según las series del CIS, Adolfo Suárez tenía una valoración de 4,4 a la altura de su dimisión, Leopoldo Calvo-Sotelo recababa una valoración de 3,7, Felipe González recibía un 5,0 y José María Aznar era valorado con 4,6. De acuerdo al Estudio Preelectoral del CIS difundido hace dos semanas la valoración de Zapatero es un tristísimo 3,0.
Pero hay una segunda paradoja, si cabe mayor que la anterior. El Zapatero que entra hoy en funciones es un gobernante a cuya trayectoria última, la que le ha condenado al desprecio popular, se puede reprochar objetivamente mucho menos que a su trayectoria anterior, la que le granjeó un aprecio popular mayor. Así es la política democrática: algunas cuentas aplazadas se pasan al cobro cuando menos conviene. El contraste entre el gobernante adolescente que prometía el sol y la luna y que se embarcaba en singladuras para las que la nave no estaba aparejada y el gobernante responsable que corrige el rumbo cuando el barco está a punto de encallar en los acantilados tiene estas cosas. La corrección deja al desnudo el error de la deriva anterior cuando las cosas ya no tienen remedio. En el ocaso, Zapatero contempla el paisaje de desolación que deja atrás y registra en carne propia otra verdad cruel: la política y la compasión tienen muy poco que ver entre sí. Su soñado Camelot, el de la 'democracia bonita', es ahora apenas un recuerdo para sus Memorias.