OPINIÓN

Cambiar de conversación

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Un día es un día, pero algunos duran más de veinticuatro horas. Depende de lo que espere de la fiesta cada uno. Por eso se ha dicho que el mejor momento del amor es el de subir las escaleras. Desgraciadamente no siempre es válida esa perspectiva alpinista, ya que hay escalones que conducen al mismo sótano, aunque se agradezca que haya algún descansillo para recuperar la respiración. Mañana será una fecha clave, pero no sabemos para qué: los calendarios son enigmáticos y los profetas han perdido crédito a medida en que han ganado credulidad las estadísticas.

La mayor ilusión de algunos españoles no es ganar las elecciones, sino que las pierdan otros compatriotas. El número de indecisos, por muy grande que sea, es inferior al de decididos. La gente no juzga comportamientos, sino lealtades. Sucede como en aquel legendario jurado literario donde uno de sus doctos miembros defendía ardorosamente a su candidato, no sin confesar que no había leído a los demás. Cuando se le preguntó por qué no lo había hecho, lo explicó de manera incontrovertible:

Por no dejarme influir

Está próximo el desenlace, pero el nudo va a seguir atándonos a todos. De momento el Banco Central Europeo nos ha salvado de entrar en la llamada zona de rescate, pero el Tesoro se ha visto obligado a colocar obligaciones al precio más alto desde 1997. Europa se tambalea y ha dejado de ser la «vistosa cara del mundo»; por lo menos, ya casi nadie la mira a la cara.

Paciencia y barajar. En este día vísperas debemos cambiar de conversación. Hay que dedicarlo a pensar, o sea, a reflexionar y a ponderar. Ya sabemos que eso nunca ha sido el deporte nacional y que durante muchos años estuvo terminantemente prohibido, pero conviene hacerlo. Una vez cada cuatro años no hace daño. Que nadie diga que los previsibles recortes y las penurias que nos aguardan vinieron de pronto, el día menos pensado.