Mal de muchos, más de uno
Actualizado:Se suele emplear mal la palabra egoísmo, ya que el amor, o la preferencia que sentimos por nosotros, no es nunca excesiva, aunque a veces sea inmoderada. El escasísimo resultado que ha venido advirtiéndose en los últimos veinte siglos por la admirable doctrina de Jesús de Nazaret nos hace sospechar que es imposible amar al prójimo como a uno mismo. Sería una casualidad esa equivalencia, ya que tenemos un cierto favoritismo por nosotros. Ahora los infatigables oradores, que están todos roncos, insisten en que nuestros abrumadores males de España afectan a una media docena de países de la zona euro. ¿Le servirá ese dato estadístico a los parados? ¿Se consolarán los que están en las colas de Cáritas, esa nueva modalidad de Auxilio Social, porque haya una gran hilera esperando el mismo turno? Cuando hay tormentas financieras se moja todo el mundo. Lo que pasa es que algunos no salen de casa hasta que escampe en su dinero. Lo están pasando mal hasta los ladrones; se les ha ocurrido robar trescientos kilos de cocaína en el desguarnecido almacén del puerto de Málaga precisamente cuando ha bajado el precio del maldito producto estupefaciente, vocablo que tiene la misma raíz que estupefacto, atónito y pasmado, o sea de estúpido. Se comprueba que a todo hay quien gane: los guardianes que custodian el maligno tesoro se llevan la palma de la memez. El mal de muchos ha sido consuelo de muchos, ni siquiera de todos, sino de tontos. Cualquier persona aproximadamente lúcida no desea que sus amigos estén sumidos en la pobreza, no sea que además de pedirle consejo le pidan dinero. Jamás debe escogerlos entre los ricos y menos aún entre los súbitamente enriquecidos, ya que estos no dan nada, salvo mal ejemplo con sus modales y sus gustos, que son los únicos que no los deploran. Que haya mucha gente en el túnel no aumenta la claridad del trayecto. Además hay que salir de él todos juntos. Y sin empujar.