Trapos sucios

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Apenas quedan cuatro días y de ellos dos lloviendo, para que tengamos que elegir entre lo que hay. Como no existen proyectos sugestivos empleamos las vísperas en reproches y en vez de banderas se enarbolan trapos sucios, pero no hay en el mercado, ni siquiera en el Mercado Común, bastantes detergentes. Por más vueltas que le demos, el pasado no acaba de pasar. Regresan los líderes ya enriquecidos y compiten en mala lid con los que aspiran a enriquecerse. No deben impacientarse, ya que todo se andará, a condición de dar malos pasos. Para distraer a la afición, que estará aburrida, unos prometen hacer las cosas mejor que antes y otros hacerlas mejor que nunca, pero nadie se fía de nosotros en Europa, quizá porque no seamos de fiar. ¿Será posible que España tenga que pagar cien millones de euros al día de intereses? Lo prometido es deuda, pero Deuda Pública. ¿De dónde vamos a sacar fuerzas para afrontar lo que se nos viene encima, que es exactamente lo que le han ido dando de lado los optimistas y estultos gobernantes últimos? Doña Angela Merkel –a sus órdenes, señora– quiere que la política fiscal común entre en vigor el año que viene, pero es arduo igualar a los diferentes. Resulta que no somos comunes, aunque seamos corrientes y eso suscita recelos. Quizá sea verdad que ser conservador es una de las modalidades de ser escéptico, pero también lo es que hay que creer en que el ser humano es mejorable. (Según José Plá, fue ese el error en el que cayeron, en desigual proporción, nuestro señor Jesucristo y los liberales de San Feliú de Guixol). Ahora se trata de ganar votos restándoselos al rival y hay que darse prisa. Salen a reducir los asuntos más opacos. Los intrusos en el ERE o en la familia real o en el parque automovilístico del cómico virrey de La Mancha, que ahora se ha puesto a subasta, antes de que suba la gasolina. La verdad es que mucha gente no sabe a qué atenerse, pero todos, incluso el señor Urdangarín, tendrán que atenerse a las consecuencias.