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trilogía de novela

El 'Millenium' de Haruki Murakami

Igual que la trilogía de Larsson, la del japonés también es una saga de novela criminal con pretensiones ideológicas Sale a la venta el tercero de los volúmenes de '1Q84'

I. E.
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La comparación de '1Q84' con el 'Millennium' de Stieg Larsson es inevitable. Las dos obras son una trilogía de novela criminal con pretensiones filosófico-ideológicas. Las dos abordan el tema de la relación de la sexualidad con la violencia y en las dos hay una asesina que se toma la justicia por su mano para 'compensar' los defectos del sistema. En las dos hay infames 'hombres que no amaban a las mujeres' y que reciben 'su merecido' de una mujer que tampoco los ama a ellos. La diferencia entre ellas está no sólo en que Stieg Larsson era un autor sueco y Haruki Murakami es japonés sino en que este último presenta un universo más desconocido y extraño tanto por sus fantasías como por su exotismo y en que, además, lo hace, sin duda, con un superior talento literario demostrado en anteriores obras si bien es cierto que en '1Q84' se observa una impostada simulación de la hondura oriental y literaria.

En esta ocasión, el personaje que cobra más relieve y hace posible la trama de carácter policíaco es el detective Ushikawa, que debe cumplir una misión encomendada por la secta religiosa Vanguardia y consistente en descubrir si Aomame, la asesina de violadores y maltratadores, merece la confianza de la organización para servir a las órdenes de su líder. Ushikawa presenta una valoración favorable para la bella instructora de gimnasia e impenitente homicida. Pero ella termina traicionando esa confianza y cometiendo un nuevo asesinato por su cuenta y riesgo para, acto seguido, esfumarse y convertirse en un problema para Ushikawa, que sufrirá la terrible venganza de Vanguardia si no logra localizarla. A ese plano de la acción, se añade el sexual y sentimental del deseo que la propia Aomame experimenta por Tengo, el modesto y aburrido profesor de Matemáticas que esconde una profunda vocación de escritor, y viceversa.

Uno de los aciertos técnicos del libro reside en el enigmático carácter de esa relación que mantienen Tengo y Aomame. 'Acierto técnico' porque funciona a la hora de mantener el interés del lector aunque detrás del extraño y misterioso vínculo que une a ambos personajes no se oculte nada extraordinario, como igualmente sucedía con Lisbetth Salander, la heroína asesina de Larsson, la cual debía una gran parte de su atractivo como personaje al cripticismo de una sexualidad a la que la mera explicitación inicial habría vuelto singularmente ramplona. En realidad con el rollete que se traen Tengo y Aomame en esta última entrega de Murakami, el lector puede preguntarse si no es demasiada tanta parafernalia de sectas y de crímenes, de fantasías y de ficciones propias o prestadas de otros autores, para arropar una simple pasión amorosa que, de por sí, no posee ni una apreciable originalidad ni una verdadera entidad siquiera.

Sobre las referencias literarias que aparecen en el texto conviene hacer alguna puntualización. Resultan lo bastante gruesas como para establecer unas expectativas de réplica que luego no se ven cumplidas. En contra de éstas pero a favor del libro, puede decirse que tampoco éste es realmente deudor de dichas referencias. Cuando Aomame tiene que esconderse en un apartamento para sobrevivir a la persecución de la peligrosa secta, se le proporciona para ese período de aislamiento tanto comida como la lectura de 'En busca del tiempo perdido', pero nada hallamos en las páginas del volumen que nos remitan ni a Proust ni a esa obra.

Buscar trasfondos proustianos en los esfuerzos que hace nuestra heroína para leerle al escritor francés sería algo tan forzado como identificar el rastro de 'Los viajes de Gulliver' de Jonathan Swift en las criaturas diminutas que controlan el Tokio de Murakami y emergen de la boca de una cabra muerta. La misma referencia orwelliana que da título al libro tiene mucho de caprichosa, de sencillo y maniático fetiche, de adorno que se puede tomar y dejar en un rincón de la estantería narrativa sin que en ningún momento constriña ni el argumento ni los decorados de la novela, ni tampoco los movimientos de los personajes. La verdad es que todos los defectos de esta comercial trilogía de Murakami son sólo atribuibles al autor, que a veces, casi a su pesar, deja que se cuele algo de su sensibilidad literaria y japonesa.