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Opinion

Dinero negro

A los alemanes les parece algo tan dudoso y castizo como los toros y la sangría

JUAN CARLOS VILORIA
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Tengo una amiga que en fechas señaladas suele pronunciar un brindis muy particular: ¡ Salud, amor y... dinero negro! Es una broma muy celebrada cada año por su cumpleaños, a mediados de julio, cuando se perfila la puesta de sol en la última esquina del Mediterráneo y el 'ron havana' de los mojitos pone un destello chispeante en las pupilas. Ella es alemana, protestante y formal excepto cuando se deja llevar por la hora violeta y la brisa templada de verano. Pero a los alemanes esto del 'dinero negro' les hace poca gracia. Les parece algo tan dudoso como los toros, la sangría, o la paella con langostinos congelados, huevo duro y sucedáneo de azafrán que les endosan en los chiringuitos de la costa. Aunque se han resignado a que forme parte del paisaje como las colchonetas en la playa y el toro de Osborne; como el sablazo en las terrazas de verano o la recomendación de los políticos para colocar a la familia.

Lejos de ser una broma el dinero negro, el B, el de los 500 euros es el síntoma, la punta del iceberg de una sociedad que durante años ha estandarizado un estilo que oscila entre la picaresca y la corrupción pura y dura. A partir del : ¿con IVA o sin IVA? o «la mitad en negro, por favor», se ha ido entrelazando una cadena de pequeñas sisas a la caja común. Luego, otros escamoteos como reflejar el valor del piso en escrituras muy por debajo de lo abonado al propietario y pagar un precio al constructor muy por encima de lo razonable. Ese encadenamiento de cobros y pagos fulleros, de facturas y sablazos a caballo entre la economía sumergida y la especulativa, es propia de un país donde la seguridad jurídica de los actos contractuales y la transparencia de la economía ocupan un puesto mucho más abajo del G-20. Un país desarrollado como España, por derecho propio en la zona euro, sacando la cabeza en la Unión Europea en parámetros de calidad de vida, sin embargo, entra de lleno en la maraña de naciones ancladas en economías de tercera división en la liga de corruptelas. Eso por no hablar de las comisiones que pasan de mano en mano entre empresarios y partidos políticos como aquel «tres per cent» del inolvidable Maragall. Debajo de las alfombras de los ayuntamientos más pequeños han aparecido mordidas descomunales; desde el último asistente que acepta donativos hemos pasado a ministros que se paran en gasolineras para charlar con el amigo de su primo o nobles que facturan presuntamente bajo empresas de cartón millones de euros que luego se desvanecen.

Sorprende que únicamente desde los restos del naufragio de la democracia cristiana y los púlpitos de la Iglesia se haya dado la voz de alarma sobre el acompañamiento de una crisis moral a la otra tan devastadora que se lleva los rascacielos por los aires, porque para hablar de moral no es indispensable ir a misa.