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Recta final con objetivos opuestos
El PP busca el vuelco en Andalucía y Cataluña, y el PSOE cree que ha reducido la distancia y podrá minimizar la derrota Rajoy intenta consolidar su victoria mientras Rubalcaba se prepara para una oposición combativa
MADRID. Actualizado: GuardarQuedan apenas cuatro días de campaña y Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba los encaran de forma muy diferente. El candidato del PP no piensa variar su estrategia de prudencia a todas horas para consolidar la victoria por mayoría absoluta. El aspirante socialista ya ha sepultado el discurso políticamente correcto y ha subido el tono de las críticas a su adversario con la esperanza de motivar a los indecisos y los desengañados con el PSOE. La meta es la misma, las elecciones, pero los objetivos no tienen nada que ver.
El líder del PP Mariano Rajoy llega a la recta final con la sensación del deber cumplido. Solventó el cara a cara televisivo con Rubalcaba, ha celebrado mítines multitudinarios y no ha cruzado ninguna línea roja que pueda ahuyentar ni a los más conservadores del PP ni a los desencantados del PSOE. Su reto hasta el domingo será sumar a su proyecto de cambio a la legión de dubitativos que, según todas las encuestas, no han decidido todavía su voto y que pueden propiciar al PP una holgada mayoría absoluta. Un poder que dice necesitar para «garantizar» su plan de reformas.
Para lograr este objetivo hay dos territorios claves, Cataluña y Andalucía. En esta última semana de campaña Rajoy visitará por segunda vez Barcelona y las provincias de Sevilla y Huelva, dos graneros históricos de votos para el PSOE que si se decantan por el PP proporcionará a su candidato un triunfo superior al que obtuvo José María Aznar en 2000.
Los populares mantendrán la estrategia de no arriesgar para evitar deslices similares a los que protagonizaron algunos de sus dirigentes durante la precampaña a propósito de la creación de puestos de trabajo y emprender reformas educativas. Rajoy no arriesga en sus discursos pese a que Rubalcaba quiere llevarle por ese camino con continuos emplazamientos a que diga qué va a hacer con esto o con aquello.
Algunos dirigentes del PP, pese a todo, recelan de que todo vaya demasiado bien para sus intereses. No se fían de la estrategia del PSOE. «Conociendo a Rubalcaba, siempre hay que esperar que haga alguna de las suyas», comenta un dirigente popular.
Rajoy mantendrá hasta el viernes su discurso de «recuperación nacional», basado en la reactivación económica y en la creación de empleo, pero sin detallar medida alguna. Abundará en la idea de que un triunfo claro del PP servirá para mandar un «mensaje al mundo de que las cosas se van a hacer bien y que España será un pilar fundamental en el proyecto del euro».
Los ataques al PSOE seguirán, según fuentes populares, en el terreno de la contención. Rajoy aún no ha pronunciado en ningún mitin el nombre de su rival socialista, al que solo se ha referido como «el hombre que nunca estuvo aquí», en alusión al intento de Rubalcaba distanciarse de las políticas de Zapatero. También insistirá en la movilización, no en vano ha perdido ya dos elecciones generales, y recuerda una y otra vez que la única encuesta válida será la de las urnas.
Recuperación
Los socialistas aseguran que en la recta final de la campaña tienen argumentos para afirmar que su estrategia funciona; que han conseguido llegar a los votantes indecisos, sin cuyo apoyo será imposible obtener un resultado digno el domingo, y que la brecha que separa a Rubalcaba de Rajoy, digan lo que digan las encuestas, ya es inferior a diez puntos. Pero no ofrecen dato alguno sobre el que asientan tal optimismo.
El caso es que el candidato socialista se comporta ya, desde el debate organizado por la Academia de la Televisión, como un líder de oposición, o como un candidato que sabe que no tendrá responsabilidades de Gobierno y se puede permitir el lujo de exagerar el discurso. De hecho, sus críticas anticipadas a lo que, previsiblemente, hará el PP cuando llegue al Ejecutivo serían perfectamente aplicables contra José Luis Rodríguez Zapatero en esta legislatura.
Rubalcaba aseguró en la precampaña que no prometería nada que no pudiera cumplir. Y prometió mucho. Entre otras cosas, subidas selectivas de impuestos para las grandes fortunas, los bancos, y, como ayuda para la financiación de la sanidad, el gravamen del alcohol y el tabaco. Poco a poco sus propuestas programáticas han cedido terreno, sin embargo, a favor de la 'leña' a los 'populares' y todo apunta que irá a más en este tramo final de la campaña.
Frente al compromiso de Rajoy para cumplir con el objetivo del déficit -lo que supondrá un ajuste del gasto que los analistas económicos cifran entre los 15.000 y los 30.000 millones de euros para 2012-, él se permite el lujo de decir que «hay que ir a Bruselas a pelear y a convencer; no a recibir órdenes». Es decir, lo que nunca dijo antes por no mandar un mensaje que pudiera generar desconfianza entre los acreedores, y lo que en ningún caso ha hecho el Gobierno de Zapatero.
La quinta economía
Rubalcaba brama que exigirá que se retrasen los plazos de la consolidación fiscal dos años, de modo que no sea necesario llegar al 3% hasta 2015, que no se puede limitar la respuesta a la crisis al recorte del gasto y que, en contra de lo que dicta Alemania, hay que ayudar a la economía a crecer con estímulos públicos. Que somos «la quinta economía» de Europa y que no puede ser que agachemos la cabeza y callemos.
En sus mítines el candidato socialista advierte que no existe ninguna necesidad de tocar los pilares del estado del bienestar y que si el PP lo hace será solo porque está en su naturaleza; no porque la Sanidad pública, que acumula una deuda de unos 9.000 millones de euros, no sea sostenible .
En resumidas cuentas, el dirigente socialista caldeará el ambiente. Quizá porque, según ha dejado entrever también durante esta campaña, tiene intención de seguir al frente de la nave socialista pase lo que pase, aunque el PSOE coseche un resultado aún más nefasto que el de Joaquín Almunia hace 11 años, los simbólicos 125 diputados.
Por si acaso, ya cocina la masa crítica que, en un futuro, quizá derribe a un Ejecutivo conservador que sin duda tendrá que tomar medidas impopulares.