Al itálico modo
Actualizado: GuardarCuentan sus biógrafos que cuando el emperador Tiberio estaba en trance de muerte reunió a sus más allegados cortesanos, de los que nunca se fio un pelo, y les dijo: «Si ejecuté bien mi papel, aplaudid». Era no solo una orden, sino la última, y aunque fuese un gran resentido, al parecer la expresó con gran sentimiento. Creía que la vida es una comedia, más bien trágica, donde a cada uno el desconocido director de escena nos ha asignado el guion que debemos representar en lo que después hemos dado en llamar «el gran teatro del mundo». Cambian los escenarios casi con la misma frecuencia que los protagonistas y el público grita eso de «¡que salga el autor!».
¿Quién tiene la culpa del actual desastre de Europa? La señora Merkel y Sarkozy no pueden contener la caída, ya que si lo hicieran se verían arrastrados por ella. Italia vuelve a estar fuera de combate y rescatarla parece una empresa imposible que tendrá a Grecia como precursora y a España como continuadora, si Dios no lo remedia. Y ya sabemos que Dios no se mete en estas cosas. Está navegando «en su azul de luceros» y se ha desentendido de su presunta creación.
Si Italia cae -digo, es un decir-, arrastrará a España al precipicio. Los equipos de salvamento son notoriamente inferiores en número a los náufragos, y no hay salvavidas para todos. Además, en las embarcaciones mandan los tontos del bote. En los tiempos últimos España ha estado gobernada por un inepto parcial, mientras en Italia mandaba un golfante pintoresco y absoluto. A uno le gustaba desenterrar cadáveres y al otro desnudar 'ragazzas', pero entre los dos procuraron cargarse el euro, que es ya la única bandera. Hay que cambiar la frase histórica y sustituirla por «España mi natura, Italia mi desventura». Hay que intentar salvarse. ¿Qué importa ahora que uno fuera un pamplinas y otro un caradura sin vergüenza? Ya sabemos la dificultad entre escoger entre un tonto y un malvado. Hay quien prefiere al último, ya que los malvados descansan, pero nunca se sabe.