Humanos en lata
Actualizado: GuardarCon los habitantes del globo pasa igual que con las fortunas de grandes magnates y con las distancias de los astrónomos, tan mareantes que uno no sabe dónde se encuentra el límite entre lo mucho y lo demasiado. Ahora hemos traspasado el umbral de los 7.000 millones de congéneres. Ese récord demográfico nos sitúa al nivel de ciertas especies de insectos y nos convierte definitivamente en una formidable plaga bíblica. Pero todo es relativo. Mientras la ciencia no determine con precisión el aforo del planeta será difícil que cunda la alarma porque de momento sigue valiendo aquello de que donde comen dos comen tres. Todo se ve distinto según si las cuentas las hace Malthus o un fabricante de zapatillas deportivas o de móviles en busca de nueva clientela. Lo que para algunos son 7.000 millones de bocas que alimentar, otros cuentan 14.000 millones de brazos preparados para producir y crear riqueza. Con todo, quizá sea hora de tomárnoslo en serio. Allá por los sesenta Jacques Dutronc se mofaba en ‘Et moi, et moi, et moi’ de que hubiese 700 millones de chinos mientras él tenía jaqueca. Los 900 millones de semejantes hambrientos no le daban ni frío ni calor en tanto él tuviera un whisky en la mano, y antes que preocuparse por las muchedumbres de africanos o indonesios prefería hacer planes para ir de caza el fin de semana. La canción era una crítica a la indiferencia social en un tiempo en que la superpoblación aún no se sentía como un problema acuciante. De entonces a hoy el panorama ha cambiado y nadie niega ya que empezamos a ser un problema, aunque por regla general todos tendamos a considerar sobrantes a los otros.
Una rama fundamentalista del ecologismo estadounidense predica la extinción humana voluntaria pero no por métodos violentos, sino a la manera pasiva del Bartleby de Melville, es decir, prefiriendo no hacerlo. Hay algo de extremismo en esta negativa a engendrar descendencia, cuando con ajustar las proles a la clásica parejita pequeñoburguesa bastaría para reducir los excedentes humanos en una o dos generaciones. Además el mundo sigue siendo extenso y relativamente acogedor. Siempre nos quedará la sospecha de que tras las alarmas catastrofistas que nos retratan como piojos en costura se oculta la desgana por solucionar el problema del hambre, cuyas claves tienen que ver más con la desigualdad que con la demografía. La realidad es que sobran alimentos, no personas. No faltan recursos, sino ganas. No es que seamos muchos, sino que además de estar mal distribuidos nos resistimos a hacer los repartos con un mínimo de justicia. Al paso que vamos llegará el día en que haya que poner el cartel de no hay billetes, pero en tanto siga habiendo huecos para todos no vendría mal plantearse la conveniencia de proveer de techo, comida y dignidad a estos 7.000 millones por igual.