vuelta de hoja

El malo de la película

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En los viejos filmes del llamado ‘lejano Oeste’, que nos pillaba muy cerca, en el cine de la esquina, los malvados eran fácilmente identificables. Se afeitaban poco, las cachas del Colt 45 no eran de nácar y su caballo, que tampoco era blanco, corría menos. Pero el antagonista era necesario, ya que no habría vencedores sin derrotados y el papel de malo tiene que desempeñarlo alguien, por exigencia del guion. El PP ha elegido al locuaz señor González Pons, vicesecretario de Comunicación de su partido, que ya ha empezado por comunicarnos algunas cosas para reducir gastos en la Administración. Sin duda son no solo necesarias, sino imprescindibles, pero habrá que tener cuidado con los recortes, no sea que nos quedemos en nada y se nos acabe el papel, para mayor gloria de las tijeras. Propone don Esteban privatizar las emisoras públicas, que se tragan 2.314 millones de los contribuyentes, más de lo que representa el presunto ahorro que supondría congelar las pensiones, que ya están ateridas. La pregunta es por qué esto no lo dice el director de la película, sino el actor encargado de representar el odioso papelón. Habría que hacer el elogio de los segundos y terceros de a bordo, ya que son los primeros en reclutar el odio de los que conducen el barco.

Se cuenta de un viejo director cinematográfico que advirtió lealmente a su ayudante diciéndole que él podía decir ‘¡silencio!’, pero la orden de ‘¡se va a rodar!’ le correspondía a él. ¿Dónde están ahora los lugartenientes de Gadafi o, para no ir tan lejos, los de Berlusconi? El final más habitual de los líderes es la traición. Pueden considerarse afortunados cuando esta sucede post morten, ya que no han comprobado las deslealtades y únicamente las sospechaban. Las adhesiones políticas son siempre quebrantables y hay prófugos de sus idearios que logran salvarse. Peor suerte corren los que asumieron el papel de perversos en la trama. Casi siempre no lo hicieron por inclinación, sino por obligación.