Palabras cruzadas

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Si se hubiese enfrentado en un debate televisivo Kierkegaard y Gary Cooper, los quinielistas no tendrían la menor duda: uno era jorobado y otro muy alto y muy guapo. Uno veía el mundo y otro lo miraba como si estuviera a su alcance. Por suerte, esa disparidad no pudo darse en la prevista controversia de ayer, que por cierto nos ha salido carísima a todos, incluso a quienes no teníamos eso que llaman «una enorme expectación», quizá porque sabemos que ninguno de los dos era guapo y que ambos estaban jorobados por sus ideologías, llamándoles ideologías a las circunstanciales maneras de opinar.

Las distintas federaciones boxísticas recomiendan a los jueces de los combates que rehúyan declarar nulo un combate. Dicen que siempre hay quien ha dado un golpe más que otro o ha esquivado uno más del contrario. Lo arduo es contarlos. En cuestiones políticas, además, la contabilidad es previa a la contienda. Mucha gente tiene otorgado su veredicto final con bastante anterioridad a lo que suceda y confunde la lealtad a unos principios, sean los que sean, con su desarrollo. Incluso se da el caso, sin duda patológico, de los que perturban y desordenan las cosas según su estado de ánimo o de desánimo.

No hemos inventado hasta ahora un sistema mejor que la democracia para evitar que gobierne el toro más fuerte de la manada: hay que contar con el rebaño, pero es quizá demasiado influyente el hecho de que los pastores tengan una buena noche o se duerman. Por muy pocas cosas nuevas que tengan que decir no debieran tener que expresarlas en una sola ocasión. Personalmente agradezco que el combate sea a un asalto. Hay peleas aburridísimas.

En el principio fue el verbo, pero ha derivado en una verborrea dependiente de los asesores de imagen, de los sastres y de la luminotecnia. Dijo Montaigne, que si viviera ahora habría que contratarle como consejero de ambos partidos, que la palabra es mitad de quien habla y mitad de quien la escucha. Quien tiene boca se equivoca y quien oye también.