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Debate arreglado

Campo Vidal ha logrado convertirse en el único moderador del que se fían los dos bandos

JUAN CARLOS VILORIA
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Manuel Campo Vidal, periodista de la Transición, cara amable de los telediarios de aquella única cadena y que -hay que reconocerlo- cumple años con galanura, estará una vez más, esta noche , y va la tercera, en el centro de la pantalla y en medio de las dos españas. Campo Vidal es el hijo-periodista que tantas madres quisieron tener en aquellos tiempos de Adolfo Suárez, 'Cambio 16' y el 'Informaciones'. De libertad sin ira y todo lo demás. Con su rostro amable y voz convincente de reportero neutral, ponderado y correcto al final ha logrado convertirse en el único moderador del que se fían los dos bandos. Pero Vidal no es representativo de una profesión que después del paréntesis del parto de la democracia ha recuperado su estilo fratricida y antropófago, pero que también ha alumbrado brillantes profesionales que triunfan sin temor a opinar. El moderador que esta noche se sienta a pocos centímetros de dos barbas antagónicas no es el espejo, es el espejismo de un oficio, un perfil inimitable y un prototipo en riesgo de extinción. Pertenece a otra época, cuando muchos veían la televisión en los escaparates de las tiendas de electrodomésticos apiñados en doble fila mirando, sin oír, lo mismo un partido de fútbol que un lanzamiento desde Cabo Cañaveral.

Es chocante que veinte años después, generaciones de periodistas después, docenas de medios de información y una revolución tecnológica por medio, tenga que venir a salvar el debate un periodista de la Transición. Puede ser que tenga algo que ver con los protagonistas mismos de la gran velada. Cada uno a su estilo también hunden sus raíces en aquel tránsito y a nadie le costaría imaginar a Rubalcaba con su trenca leyendo 'Informaciones' y a Rajoy con una blazer camino de la facultad con el diario 'Pueblo' bajo el brazo. Desconfían del periodismo de hoy a veces tan salvaje, tan iconoclasta, pero también afilado como un cuchillo jamonero. Creo que solo se fían de aquel periodismo neutro (aparentemente), traslúcido y educado. Con Manolo Campo está garantizado el equilibrio, la ponderación, el reparto del tiempo y el espacio, el tiro de cámara apropiado, la sala de grabación sin trampas y el desarrollo sin fullerías. Que no es poco por otra parte. Pero va siendo hora de que este país supere su inclinación al sectarismo y a catalogar a cada profesional de los medios por la línea editorial de la cabecera donde trabaja. Los políticos tienen que perder el miedo escénico a su público, tienen que disfrutar debatiendo y ofreciendo a sus votantes argumentos, sentido del humor, complicidad, esos intangibles que tanto tiempo llevan esperando de una clase política acartonada y artrítica que no ha recibido un buen masaje desde que Suárez se sumergió en las tinieblas del olvido interior. Campo Vidal debería hacerlo pero es de temer que fiel a su propia escuela no se salga del guión.