
MÁS ALTO PERO NO MÁS CLARO
Actualizado: GuardarCasi como quien no quiere la cosa, medio de puntillas, se nos ha colado la campaña electoral. La real, vamos, porque la virtual la llevamos viviendo desde hace cuatro años. Sin pena y sin gloria, ya lo ve, ha comenzado este camino a la perdición que llaman elecciones generales. Un camino a la perdición en el que todos al final serán ganadores -algo habitual en las comparecencias públicas de los candidatos tras el escrutinio de votos- pero en el que uno solo se llevará el regalo envenenado que en estos momentos supone asumir la presidencia del Gobierno. No son buenos tiempos para la lírica ni para la política, qué le voy a contar, con un electorado que aprendió hace mucho que su voto no sirve para nada y que renueva mecánicamente su compromiso con las urnas casi como quien no quiere la cosa. Aborregados, dicen, domesticados, conformistas, resignados. Pero se equivocan quienes piensan que somos así de pasivos porque perdimos la ilusión. Todo lo contrario. La ilusión, -en la primera acepción del DRAE- no es más que una imagen sugerida por la imaginación o causada por el engaño de los sentidos, así que perder esa ilusión es lo mismo que desengañarse. Y el desengaño es un estado de ánimo que lleva irremediablemente al malestar y a la confusión.
Y así nos ha cogido la campaña electoral, confundidos y desengañados. Espectadores de la crónica de unas elecciones ganadas -o perdidas- y totalmente ajenas, pero con el extraño convencimiento de que el sol seguirá saliendo por el mismo sitio el día veintiuno, le pese a quien le pese. Espectadores de un circo donde los trapecistas intentan una y otra vez el triple salto mortal sin conseguir un mísero aplauso, donde los ilusionistas tratan desesperadamente de sacar conejos de una chistera a la que se le ve el doble fondo, donde hasta los payasos sólo consiguen asustar a los niños. Ni siquiera los golpes de efecto surten efecto. Qué le vamos a hacer.
Arrancaba la campaña para Rubalcaba en Madrid, aunque con todas las entradas vendidas para el plato fuerte de esta noche en Dos Hermanas, el esperado regreso a los escenarios de Felipe González y Alfonso Guerra, anunciado -«de nuevo juntos», decía la prensa- a bombo y platillo como si fuera el regreso de Martes y Trece o la reaparición de Mecano y en Barcelona, por aquello de la corrección política, para Rajoy. Ni para eso han tenido gracia. De los demás -parece ser que hay más partidos en el espectro electoral, aunque no se note-, sólo trascienden los monólogos provocadores de Durán i Lleida y sus fórmulas terapéuticas para curar mariquitas -hay muchos más que lo piensan, pero no lo dicen- y las predicciones de Toni Cantó -la tradición del cómico político viene de largo- «hay mucha gente que es de UPyD y no lo sabe». Pues mire usted qué bien. La plataforma de apoyo al PSOE -ojalá que te vaya bonito, como la ranchera- sacada del baúl de los recuerdos y dando la batalla por perdida «incluso en la derrota podemos seguir adelante», decía Rosa María Mateo, y la campaña «pocoyo» del PP -definir al «yameveopresidente» Rajoy como «un tipo divertido y socarrón, de lengua vulnerable al gin-tonic y memoria de opositor» no parece una buena carta de presentación- no han servido si quiera para templar esta más que tibia campaña electoral, la más fría de la historia de la democracia. Porque a estas alturas poco importa el programa electoral que presentan el PSOE y el PP, que dicho sea de paso, guardan algún parecido más que razonable, si no es para comprobar la capacidad de tragar sapos y culebras que pueden desarrollar los políticos con tal de ocupar la presidencia del Gobierno. El programa del PP huye de las etiquetas ideológicas incidiendo en la moderación -¿moderación?-, mientras que el del PSOE vuelve sus ojos misericordiosos hacia los supuestos valores de la familia: «En la historia española, la familia ha jugado un papel determinante en el ámbito social». Más de lo mismo en una historia que parece no tener final, porque de la crisis saldremos, vale, pero como en la Biblia «no sabemos ni el día, ni la hora». Ni quién nos sacará de ella. Por suerte, sí sabemos, quién nos ha traído hasta aquí.
Mal asunto este de hacer campaña en un terreno ya abonado de excrementos. Todo se ha chabacanizado, es el signo de los tiempos. Todo es tan vulgar que ya sólo despierta interés la forma y no el fondo. Mire si no. Como si no hubiera cosas que discutir sobre el estado de la ciudad, la oposición municipal se descuelga con un ruego a la alcaldesa para que no les grite en los plenos como si ignoraran que hay cosas en esta ciudad que no se pueden decir más claro y por eso se dicen más alto. En fin. Un capítulo más del espectáculo bochornoso que protagoniza la política en este país, como el debate del próximo lunes entre Rajoy, el «hombre antiguo y familiar», y su antagonista Rubalcaba, «la mano derecha de Zapatero». Spaguetti western -pistoleros- con algunos guiños al vodevil -psicalipsis-, ya lo verán.
Como quien no quiere la cosa, Zapatero se va a despedir a lo grande. La pasada semana reconocía que se siente «el principal responsable» de los casi cinco millones de parados, «de todas las personas que viven en la desesperanza, la inquietud y el temor ante la falta de trabajo». Una confesión digna de Scarlett O'Hara si no fuera porque suena a cuento chino: «Voy a asumir mis responsabilidades hasta el último minuto», aseguró mientras arropaba al ministro José Blanco en un mitin en Lugo. «Eres el presidente de la paz», le dijo Blanco como si se estuviera dirigiendo a Godoy, y terminó: «No hay más batalla perdida que aquella que no se da». Ya saben, más alto, pero no más claro.