Asesinos y derrotados
Presos que tarde o temprano deberán mirarse al espejo y reconocer el daño causado
Actualizado: GuardarTiene que resultar demoledor constatar que después de medio siglo pegando tiros en la nuca y colocando coches bomba, después de 849 asesinatos, más de 3.000 heridos y 68 secuestrados; después de años de grisura, terror, miedo, daño y espanto, todo el sufrimiento causado no ha servido para alcanzar ni uno solo de los objetivos por los que algunos vascos empezaron a pegar tiros en los años sesenta.
La confesión de uno de esos terroristas, Kepa Picabea, 28 años en prisión, recogida en el documental ‘Al final del túnel’, de Eterio Ortega sobre idea de Elías Querejeta, en la que sostiene que hubieran conseguido lo mismo sin haber pegado un tiro, abre en canal una reflexión pendiente dentro del mundo violento: las consecuencias humanas trágicas que ha tenido su actividad criminal y, unida a ella, la supuesta utilidad de la violencia. Presos que saldrán a la calle algún día, cosa que no podrán hacer sus víctimas mortales. Presos que tarde o temprano deberán mirarse al espejo y reconocer el daño causado, las consecuencias irreversibles, en forma de muerte y sufrimiento, que ha supuesto su delirio fanático. Mal balance también por su propia parte, cuando se ve, eso, gente que ha pasado 28, 30, 20, 16 años de su vida en la cárcel; generaciones de vascos que han pasado buena parte de su vida entre rejas, que no han logrado nada y que ven que casi nadie les ha esperado. Sabemos ya de etarras que no han podido soportar vivir con la imagen del asesinado y que han acabado quitándose la vida, no es difícil imaginar el durísimo proceso que le lleva a alguien a aplicar contra sí mismo la máxima violencia practicada antes contra otros.
La banda terrorista ETA ha anunciado que deja de asesinar y en su comunicado despacha a los presos agradeciéndoles los servicios prestados, pero sin atreverse a pedir su salida de la cárcel, antaño reivindicación permanente en todas sus pancartas. En la medida que dejen de matar de manera irreversible, podrán ablandarse sus condiciones penitenciarias, pero hoy la sociedad vasca y la española no es la de los ochenta, cuando 155 miembros de ETA-pm volvieron a la vida civil sin saldar sus cuentas con la Justicia y sin que nadie protestase por su reinserción, excepto los propios etarras. Hoy día el rechazo a ETA es visceral y generalizado, y nadie, al parecer ni los suyos, quiere que salgan todos a la calle sin pagar por sus crímenes.
Si ETA ha acumulado estratos de odio en la sociedad vasca durante años, queda por delante ahora la tarea de desactivar esos odios, de profundizar en la libertad y tratar de alcanzar una cierta convivencia, algo que será más fácil sin asesinatos, pero que no será sencillo y que exigirá el paso del tiempo.