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¿Heredera del heredero?

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Las casas reales no son conocidas por jugar a las carreras cuando se trata de cambiar sus tradiciones, pero la semana pasada, la Corona Británica adelantó a España en una de las reformas que tiene pendiente nuestra monarquía. En una reunión en Perth (Australia), el primer ministro del Reino Unido, David Cameron, se dirigió a la audiencia de los 54 países de la Commonwealth y dijo lo siguiente: «La idea de que un hijo menor se convierta en rey en lugar de una hija de más edad solo por el hecho de ser hombre ya no es aceptable». Hablando en plata, si Guillermo y Kate, los duques de Cambridge, tuvieran una niña, «esta sería nuestra reina». Una vez más, la Inglaterra de las tradiciones daba un golpe de cintura en su caminar por la historia. La norma, que en adelante tiene que atravesar una maraña legislativa, acaba con 310 años de historia, desde que en 1701 se aprobara el Acta de Sucesión que afecta a todos los estados que reconocen la soberanía de la reina Isabel II. El Reino Unido se pone así la venda antes que la herida, pues su anciana reina sigue al pie del cañón pese a sus 85 años y a que la BBC ha hecho ya los preparativos -se espera que a largo plazo- para su funeral. Cuando llegue, un hombre será el rey, ya sea Carlos de Inglaterra, príncipe de Gales, o su hijo Guillermo, duque de Cambridge. Pero después lo dirá la genética o la suerte: lo sabremos cuando Kate Middleton tenga su primer hijo.

En el mundo, tradicionalmente han mandado los hombres. En las casas reales, también. Las mujeres lo han hecho cuando no había heredero mayor ni menor. Con el paso del tiempo, el avance social -conocido por derribar los más fuertes castillos- ha derogado las leyes sucesorias que daban primacía al varón en las monarquías europeas. Solo España y los Grimaldi de Mónaco mantienen -se supone que no por mucho tiempo- la preferencia por los hombres en el trono. Ya cambiaron sus legislaciones Bélgica, Noruega, Suecia y Holanda, las cuatro monarquías con herederas a día de hoy. Así las cosas, las reinas del mañana en Europa podrían ser Catherina Amelia de Holanda, Ingrid de Noruega, Isabel de Bélgica y Victoria de Suecia.

En Mónaco funcionan tal como hoy desde hace 700 años. En el pequeño principado a orillas del Mediterráneo hereda el trono el hombre, sea el primogénito o el último en llegar. Por esa razón, el príncipe es Alberto de Mónaco y no la elegante Carolina, un año mayor que su hermano, que ostenta el título de Príncipe de Mónaco tras la muerte de Rainiero.

En España, la prevalencia de los varones podría estar llegando a su fin. Comenzó cuando el rey Felipe V, que accedió al trono tras la Guerra de Sucesión, hizo promulgar una norma, la ley Sálica, ante las Cortes de Castilla en 1713: las mujeres solo podrían alcanzar el trono de no haber herederos varones en la línea principal (hijos) o lateral (hermanos y sobrinos). Más tarde, en 1830, Fernando VII proclamaba la Pragmática Sanción que daba el trono a su hija Isabel II frente a Carlos María Isidro de Borbón y que terminó con las armas en alto en las guerras carlistas. Dos años después fue derogada y en adelante, la ley Sálica pervivió de manera intermitente hasta quedar reflejada su filosofía en la Constitución de 1978. La costumbre de primar a los varones, recogida en el Artículo 57 de la Carta Magna, podría desaparecer si el gobierno que salga de las urnas el próximo 20-N concreta la reforma que planea sobre las Cortes desde hace años.

La necesidad de cambiar la ley que otorga el trono al varón por encima de sus hermanas funcionó por última vez cuando Felipe de Borbón (1968) se convirtió en heredero , a pesar de ser cinco años más joven que su hermana, la infanta Elena (1963).

Cuando el Príncipe de Asturias anunció su enlace con doña Letizia, comenzó un proceso al que nadie puso fecha. En 2004, a su llegada a la presidencia del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero adelantó su intención de reformar la Constitución Española para eliminar tal privilegio. Para el príncipe Felipe, se trataba de una medida «acorde con los tiempos que corren», o que corrían, que de esto hace ya siete años. Las cosas de palacio van despacio, pero las de las Cortes tampoco vuelan. En principio, los dos partidos mayoritarios estaban de acuerdo en sacar adelante el cambio, pero en el paquete iban otros tres: la reforma del Senado y su conversión en cámara territorial, la adaptación de varios textos a la Constitución Europea y la denominación de las comunidades autónomas. Al parecer, no había tanto quórum en estos asuntos. El nacimiento de la infanta Leonor, que el pasado lunes cumplió 6 años, parecía que iba a acelerar el proceso, pero en diciembre de 2008, el presidente del Gobierno advirtió que la reforma no era «urgente ni prioritaria». Y de hecho sigue así: PSOE y PP se limitaron a señalar ayer a este diario que no está en sus agendas.

La maquinaria para llevar a cabo el cambio en la tradición es todo menos sencilla. Frente a la supuesta facilidad con la que un acuerdo entre los partidos mayoritarios permitió la reforma 'express' de la Carta Magna para imponer un techo de gasto, el cambio en la sucesión tendría que hacerse bajo la figura del «procedimiento agravado», por afectar a la Corona o a la definición de Estado. La ensalada legal supondría un acuerdo de la mayoría de dos tercios del Congreso y del Senado, la disolución de las Cortes, la elección de otras nuevas que elaboren la reforma y la convocatoria de un referéndum de ratificación de la nueva norma.

¿En juego la monarquía?

Los legisladores temen que reformar la sucesión -un aspecto en el que todos estarían en principio de acuerdo- abra una batalla constitucional, sobre todo en cuestiones territoriales o de la organización del Estado. Además, todo este proceso de consulta podría terminar convirtiéndose en un plebiscito acerca de 'Monarquía sí' o 'Monarquía no', un zarzal en el que de momento nadie quiere entrar. Como de costumbre, la Casa Real se muestra cauta. Asegura que no tiene potestad alguna para acelerar el proceso y que está a expensas de lo que manden las Cortes. Aclara que no existe urgencia alguna para poner en marcha la reforma con premura, pues la infanta Leonor no es de momento más que la primogénita de los Príncipes de Asturias, pero no la heredera, figura que ocupará el príncipe de Asturias mientras don Juan Carlos sea rey.