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Editorial

En manos de Grecia

Papandreu se lanza a un pulso desigual en el que el resto de la UE tiene más que perder

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La decisión de bloquear la ayuda inmediata de 8.000 millones de euros que la Unión había comprometido con Grecia hasta que se conozcan cuáles son las intenciones de Atenas es la réplica que merecía el desleal comportamiento del gobierno Papandreu al anunciar un próximo referéndum sobre el pacto alcanzado con el Eurogrupo cuatro días después de sellarlo personalmente en Bruselas. Pero no conviene engañarse con la sensación que se pretende transmitir con tal medida. Es verdad que el devenir económico de Grecia y el bienestar de sus ciudadanos están en manos de sus socios europeos; pero no es menos cierto que el futuro del euro y de la propia Unión depende de un miembro que lleva demasiado tiempo dando muestras de no ser del todo fiable. De hecho se trata de un pulso desigual, puesto que mientras Europa no se puede permitir que Grecia se salga de la órbita del euro, los griegos podrían concluir que fuera de él no se verán obligados a muchos más sacrificios que los que impone la ayuda europea. Es el desigual pulso entre quien ha llegado a la conclusión de que no tiene nada que perder y quienes podemos vernos abocados a una segunda crisis financiera unida, esta vez, al derrumbe del euro. Eso es lo que condujo a Papandreu a apelar a la consulta popular como último recurso para mejorar las condiciones del rescate o, en su defecto, adentrarse en un caos general. La consecuencia inmediata es que la capacidad de las instituciones de la Unión y de cada uno de sus miembros para afrontar los efectos del desafío griego queda aun más disminuida, sin que ello contribuya a mejorar la situación del país heleno sino todo lo contrario. El mes y medio al que el Gobierno de Atenas planea situar el referéndum sería ya un plazo excesivo si no concurrieran los dos factores que hacen de la consulta una ocurrencia devastadora: el dominio creciente de los mercados y la probabilidad de que en un clima turbulento, y ante la irresponsabilidad de su clase política, los griegos den la espalda al euro. El dato más significativo y preocupante es que en esta ocasión nadie, ni Merkel ni Sarkozy, está siendo capaz siquiera de sugerir un mal menor para salir del atolladero.