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Misioneros olvidados

Mientras el número de cooperantes españoles se cifra en 2.500, el de misioneros alcanza los 14.000

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No sé por qué razón en la época de esplendor del TBO aparecía de manera recurrente una viñeta de humor un tanto naif que representaba un misionero con su hábito blanco y correspondiente salacot dentro de una gran olla al fuego y rodeado de indígenas bailando con flechas y lanzas en actitud festiva ante el inminente banquete. Lo cierto es que por las mismas fechas las congregaciones religiosas pasaban con bastante éxito el rastrillo por los centros de enseñanza primaria en busca de vocaciones con el heroico reclamo de filminas y dibujos plagados de peligros, selvas, animales salvajes y sobre todo, agresivas tribus esperando con la cazuela al fuego. Ahora la opinión más extendida es que aquellos misioneros evangélicos pasaron a la historia y han sido reemplazados por los cooperantes, voluntarios sin fronteras, enfermeros o bomberos. Y es cierto que en las últimas décadas el movimiento solidario de carácter laico ha ido creciendo por el camino que abrió Bernard Kouchner en 1971 con la fundación de MSF (Médecins sans frontiéres). Es cierto también que la metáfora del misionero en la olla de los caníbales se ha convertido en una triste realidad y que el año pasado 69 trabajadores humanitarios fueron asesinados en el mundo. Y, a día de hoy, cuatro cooperantes españolas están en poder de secuestradores arrancadas por la fuerza del campo keniata de Dadab donde hacían labores solidarias en uno de los centros de refugiados más grandes del planeta. Pero es equivocada la percepción general de que el poderoso movimiento religioso-humanitario cristiano haya declinado.

Hace una semana pasó desapercibido el Domund (Domingo Mundial de las Misiones) que en otros tiempos y costumbres desbordaba el ámbito eclesiástico inundando con huchas antropomórficas las calles de la España católica. Con todo, aunque ahora el 23 de octubre no signifique nada para la gran mayoría, el hecho es que mientras el número de cooperantes españoles expatriados por el mundo se cifra en 2.500, el de misioneros y misioneras alcanza los 14.000. Jesuitas que dirigen universidades en territorio maya de Guatemala, dominicas ayudando a la reconstrucción de zonas devastadas en Perú, hermanas de la Pureza en Camerún atendiendo a niñas 'badgeli' (pigmeas), las más marginadas entre los marginados. Llevan siglos compartiendo la pobreza, el hambre y la guerra con los pueblos que más sufren y no se van para unos meses, se quedan hasta el final. La conjunción de una corriente laica -con figuras tan emblemáticas como la de Vicente Ferrer- con el impulso religioso que llega a miles de misioneros a dedicar su vida a la causa de los desheredados es la mejor noticia para un universo en garras del egocentrismo más estéril. Pero es inútil pensar que la indiferencia hará olvidar la fuerza de miles de misioneros entregados a la tarea de hacer el bien desde hace siglos.