El conferenciante desveló que en la tercera edición del Quijote hay hasta 20 líneas que no son de Cervantes, sino del impresor. :: JAVIER FERGO
Sociedad

El albañil de las letras españolas

«Este trabajo es como el de restaurar un cuadro pero también como el de un director de orquesta: hay que interpretar» Francisco Rico impartió una conferencia magistral sobre el oficio del editor

JEREZ. Actualizado: Guardar
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Editar un libro no es componer una frase detrás de la otra, escribir en un determinado tipo de letra el título o las notas al pie de página. Y si se trata de un texto clásico, la labor del editor es aún más ardua y minuciosa. Eso es lo que intentó el catedrático de Literatura, Francisco Rico, en la magistral conferencia que cerró ayer la decimotercera edición del congreso y que contó con la presentación del propio Caballero Bonald.

«Quizás les parezcan nimiedades pero componen la base del trabajo filológico», dijo respecto a los mínimos detalles en los que se fija para elaborar una nueva edición, por ejemplo, los espacios en blanco. «El trabajo de un editor es como el de la persona que restaura una pintura o un edificio pero también como el de un director de orquesta. Hay que poner lo que está en su lugar e interpretar», contó.

Así, con ejemplos extraídos de 'El Quijote', Rico fue explicando a los asistentes cómo se pueden detectar simples erratas de imprenta que han provocado a lo largo de la historia extensas teorías acerca del simbolismo de lo que escribió Cervantes. Ni mucho menos. Es el caso, por ejemplo, del nombre del protagonista: ¿Alonso Quijano o Quijana? «El buen editor es aquel para el que cada palabra, frase o signo de puntuación es un problema», añadió mientras encendía uno de la casi media docena de cigarrillos que fumó durante su intervención.

El título de su conferencia, 'Amor y filología', pretendía demostrar que «el editor tiene también su corazoncito y procura hacerlo bien por respeto a sí mismo, por honor a la Filología y con cariño hacia el lector», indicó.

La cultura del texto

Rico abogó por la difusión de la cultura del texto, bastante desprestigiada en los últimos tiempos, y aseguró que en su charla -como así fue- «no voy a hablar de literatura, sino de textos». Solo la célebre frase «en un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme» supondría, según el especialista, varias páginas de análisis detallado. Advirtió, por ejemplo, que «Cervantes no escribía con signos de puntuación ni párrafos» y que, al igual que ocurre en textos de otros autores de la época, la puntuación corresponde al impresor.

«Solo cuando el texto no funciona, podemos pensar que no es del autor. Cada palabra y frase tiene que pasar por el filtro de la duda y hoy, gracias a Dios, por los instrumentos informáticos», dijo Rico.

No obstante, aseguró que el trabajo del editor «no es más difícil que el de un albañil -quizás menos meritorio-pero, como en su caso, hacen falta conocimientos». Citó una famosa historia de Primo Levy sobre el albañil preso en Auschwitz que, aunque era un trabajo para el enemigo, hizo los muros que le ordenaron perfectamente alineados, en su medida adecuada, por propia dignidad profesional: por amor a la Filología, como Rico.