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La hija de los dueños abre la puerta a los agentes judiciales ante la mirada de los policías. :: JAVIER FERGO
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«¿Por qué hacen esto a las familias?»

El desahucio de los propietarios de una vivienda en Los Albarizones se ejecutó ayer sin incidentes; Un quincena de policías escoltó a los agentes judiciales en medio de la indignación de los vecinos y las lágrimas de los hijos de los dueños

María José Pacheco
Jerez Actualizado:

«No hay derecho a que hagan esto, no hay derecho, porque los bancos tendrían que ver en qué situación dejan a la gente y qué ganan ellos con todo esto». Para Francisca Márquez, vecina de Los Albarizones y amiga de José Morón y su familia, que ayer perdieron su vivienda después de que el juzgado ejecutara la orden de desahucio que pesaba sobre ellos, lo ocurrido es «muy doloroso, porque llevan viviendo aquí desde siempre y ahora se ven en la calle después de muchos sufrimientos y de llamar a muchas puertas para nada».

Poco antes de las doce del mediodía, la hora en que estaba previsto que se personaran en la calle Alguacil los agentes judiciales para certificar que la vivienda pasaba a ser propiedad del banco, lo que reinaba en el ambiente era una engañosa calma y un silencio que solo rompían las explicaciones que daba Francisca delante de la puerta de la casa de 52 metros cuadrados en la que hasta la noche del miércoles durmió la familia de José Morón.

Esta vecina, que tenía en su poder las escrituras y los carnés de identidad de los propietarios para cuando llegara el momento, aclaraba que la familia había preferido no oponer ninguna resistencia para «evitar más sufrimiento». Por eso también habían pedido a sus allegados prudencia y que evitaran en todo momento cualquier posible altercado que derivara en escenas como las vividas hace pocas semanas en otro desalojo en Caulina.

Por eso el matrimonio ni siquiera estuvo ayer presente en el desahucio, porque además tuvieron que trasladarse a un centro médico aquejados de una «crisis de ansiedad», insistía Francisca, que recordaba la dura lucha que han soportado durante un año para tratar de buscar una solución que evitara que esta familia perdiera una casa que «ha sido de ellos toda la vida, porque fue de la abuela de José, y de ahí hasta hoy en día».

Lo que ha llevado a que este matrimonio con tres hijos, dos de los cuales viven todavía con ellos, se haya quedado sin techo es una historia por desgracia cada vez más frecuente. José era gruísta y hace ya dos años se quedó en el paro, por lo que hoy en día solo cobra los 400 euros de la ayuda familiar que «no dan para mucho» y que han impedido que pueda hacer frente al pago de cinco letras -por un total de 8.000 euros- de un préstamo que pidió poniendo su casa como aval.

Fue precisamente una de las hijas de este matrimonio la que abrió ayer, con rabia y entre lágrimas, la puerta a las agentes del juzgado que al filo de las 12.30 entraron en la vivienda con la intención de medir dimensiones y levantar el acta oportuna. Antes de eso habían llamado a la puerta, pero como explicaban los vecinos y se podía adivinar por una de las ventas abiertas la casa estaba vacía y «ya no hay nadie dentro».

Un rato antes habían ido llegando los efectivos del Cuerpo Nacional de Policía que escoltaron en todo momento al personal judicial, y que sumaron una quincena de agentes que se repartieron por la calle y a la puerta de la pequeña casa.

El desahucio se desarrolló con normalidad, pero entre la creciente indignación de los vecinos que conocen de toda la vida a esta familia y que no paraban de decir con mucha impotencia y ante la mirada impávida de los agentes que «los bancos no tienen vergüenza ni dan la cara, y juegan con los sentimientos de las criaturas» y de preguntar que «para qué querrán ellos esta casa ya vieja». «¿Por qué hacen esto a las familias?», gritaba una mujer en mitad de la calle mientras advertía de que «porque ellos nos han pedido que no hagamos nada, porque si no ni con diez furgones ni esposados nos sacaban de ahí».

Y poco después acabó todo, exactamente a las 12.51 horas cuando las agentes judiciales echaron la llave a la puerta de la casa a la que minutos antes le había cambiado la cerradura un operario.

«Ya solo queda resignarse», decían los vecinos, que siguen trabajando junto a la familia en la obra que están realizando en casa de la suegra de José, a pocos metros de su antigua vivienda, para habilitar un patio de 30 metros cuadrados. «La gente está aportando dinero y materiales, y poco a poco avanza, pero aún necesitamos ayuda para poder poner el techo», explicaba ayer Manuel Torres, un albañil en paro que está echando un cable en esta construcción.