PARA LOS RESTOS
Actualizado: GuardarSerán necesarios muchos exploradores minuciosos para encontrar el maltratado cadáver de Gadafi en el desierto libio. Ninguna de cal y muchas de arena. Los muertos sin epitafio, como en las conferencias literarias donde asisten varias marquesas desatentas, están mejor diseminados. ¿Dónde dar mahometana sepultura al sátrapa? Se quiere evitar que tras su infausto desenlace algunos partidarios intenten convertir su túmulo en un lugar de peregrinación y para eso lo mejor es que no exista.
Nadie, ni siquiera algunos de sus hijos supervivientes, podrá oír la voz de la sangre, no siempre audible, no así la voz del petróleo. Los liberales y los islamistas pugnan por ser padrinos del nacimiento de una nueva Libia, pero de momento lo que más estorba es el muerto y le han buscado una jaima de arena innumerable. En todas partes hay egiptólogos vocacionales dispuestos a indagar los más recónditos vericuetos. El nuevo régimen libio tendrá que repartir escobas para los que tengan tiempo para barrer el desierto. Polvo somos, pero a muchos dictadores los quieren hacer polvo sus enemigos. Es una venganza aplazada que anula primero el sepelio y después extingue la memoria. Lo más curioso de la historiografía no es cómo se escribe, sino cómo se borra.
También para la inmortalidad hay muerte. ¿Dónde podrá ser visitado lo que quedó de Gadafi si es que la derrota deja mapas? Hay que evitar la idolatría y para eso lo mejor es que no se sepa dónde está el ídolo. No sólo ocurre con los dementes que aspiraron a influir en el ancho mundo estrechando la libertad de sus habitantes. En España, personas egregias que ayudaron a vivir a varias generaciones tampoco son localizables. No hay punto de comparación, ya lo sé, pero tampoco hay punto de encuentro. No sabemos dónde está enterrado Velázquez, ni dónde está el cráneo de Goya, en el que «se cocían las sopas nacionales». Eso sí que es una falta de respeto.