La carta del miedo fracasó en Túnez
El electorado tunecino premió a los islamistas porque son los más conocidos y los vistos como menos corruptos
EL CAIRO.Actualizado:El rotundo éxito de los islamistas moderados de Ennahda ha confundido a la comunidad internacional, acostumbrada quizás a imágenes de un Túnez liberal con playas llenas de mujeres en bikini y cervezas en los cafés. Aunque el conjunto de la sociedad tunecina ha demostrado, en sus primeras elecciones democráticas, ser más conservadora de lo que se suponía, otras razones quizás menos obvias apuntan al éxito islamista.
En primer lugar, la campaña electoral, no solo de Ennahda sino, sobre todo, de los partidos laicos ha tenido mucho que ver. Mientras que los islamistas moderados liderados por Rachid Ganuchi se centraron en tratar los principales problemas del país, concentrándose en el presente y en el futuro, otros como el izquierdista Partido Demócrata Progresista (PD) hicieron del miedo al islamismo un caballo de batalla.
La actitud del 'enemigo a batir' no ha convencido a los tunecinos, muchos de los cuales han tenido la sensación durante la campaña, como explica el ejecutivo Mohamed Alí M'rad en el portal 'Espace Manager', de que «los mismos que en los tiempos de Ben Ali nos hicieron vivir bajo el miedo a los islamistas han seguido el juego de asustarnos y de agitar la amenaza infundada del oscurantismo». Partidos laicos como el Congreso por la República (CPR) de Moncef Marzuki y Ettakatol, de Mustafá Ben Jaafar, que optaron por no jugar la carta del miedo y no hacer campaña en oposición al islamismo, han sido recompensados con un segundo y tercer puesto.
Otra de las razones que explicarían el éxito islamista, y que repiten muchos tunecinos es, simple y llanamente, que Ennahda es un partido más conocido que los demás. La dura represión que sufrieron sus miembros durante la dictadura es famosa, y la corta duración de la campaña y las restricciones a la propaganda tampoco ayudaron al resto. Es cierto que los líderes de otras formaciones también sufrieron represalias en la época de Ben Ali, pero no a la escala de Ennahda, cuyos miembros encarcelados se contaban por decenas de miles.
Los islamistas son percibidos, en Túnez, y en la mayoría de países musulmanes, como menos corruptos que el resto de políticos por una cuestión moral, y Ennahda se ha beneficiado de esa imagen. La formación de Ganuchi, además, es amplia y solvente, por lo que muchos tunecinos habrían preferido votar a un grupo que proyecta una imagen de capacidad para gobernar.
En tercer lugar, el apoyo a Ennahda ha sido para muchos un voto de castigo a las élites de la capital, en su mayoría educadas en Francia. La revolución no nació en la metrópoli sino en el Túnez rural, más conservador y que se ha sentido abandonado por el antiguo régimen, que invirtió recursos en la capital y en la costa turística. Muchos tunecinos ven en los partidos laicos a esa élite alejada de las clases más modestas. Ennahda es considerado el partido de los pobres.
Por último, pero no menos importante, el voto islamista ha reaccionado ante décadas de un laicismo impuesto y ha querido reafirmar la identidad árabe y musulmana del país magrebí.