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Un grupo de hombre cubre con mantas los cerca de 45 cadáveres hallados en un cementerio de Sirte. :: YOUSSEF BOUDLAL / REUTERS
MUNDO

La nueva Libia se sume en la ley de la selva

Los últimos feudos gadafistas liberados se arman para defenderse de los excesos de las fuerzas revolucionarias que controlan el país

MIKEL AYESTARAN ENVIADO ESPECIAL
TRÍPOLI.Actualizado:

El miedo, el terror ante las brigadas rebeldes que desde la proclamación de la victoria se han convertido en las dueñas de Libia, se ha apoderado de miles de civiles en Libia. Lugares como Sirte, Bani Walid o Zlintan son ahora ciudades fantasma, con barrios enteros reducidos a escombros y sometidas al saqueo de sus libertadores con total impunidad. Sus habitantes no piensan volver hasta que las autoridades garanticen su seguridad, y por ello los principales líderes tribales ya han puesto en marcha la formación de una brigada especial compuesta por gente originaria de los lugares afectados que sea capaz de garantizar el retorno de los civiles, frenar el saqueo sistemático y los robos de vehículos a los vecinos que acuden a ver sus propiedades.

Salem Alwar será el encargado de la formación de este grupo, una persona respetada por el Consejo Nacional de Transición (CNT) y las tribus afectadas debido a su pasado marcado por la oposición al régimen.

Las 84 familias que huyeron de los combates en Bani Walid, 150 kilómetros al sur de Trípoli, viven desde hace un mes en las casas prefabricadas que hasta el estallido de la revolución ocupaban trabajadores de una compañía de construcción brasileña en Sidi Salim, a las afueras de Trípoli. Tienen tanto miedo como ganas de hablar con un extranjero y contarle su versión de los hechos. Es uno de los muchos campos de desplazados que se han tenido que improvisar para dar cobijo a las familias que vivían en las zonas liberadas por la fuerza de los rebeldes y la OTAN tras la caída de Trípoli.

Viven gracias a las ayudas del ayuntamiento de la capital y de organizaciones de caridad y no tienen fecha de regreso a sus casas. «Aquí no se celebró la muerte de Gadafi, ni el 'Día de la victoria', ¿qué libertad es esta que nos obliga a vivir encerrados y sin poder volver a nuestras casas?», se pregunta Yumaa Farash, que asegura que huyó de su casa nada más empezar los combates. Después de la conquista de la capital las fuerzas gadafistas se dividieron entre Sirte y Bani Walid y con su llegada comenzó el calvario de unos habitantes que ahora se concentran en Abu Hadi, 50 kilómetros al este de Sirte, y Trípoli, respectivamente.

La revolución libia ha sido para ellos «una guerra civil en toda regla» en la que ciudades como Misrata, Zawiya o Bengasi, de donde han salido el grueso de brigadas rebeldes, han intentado ajustar sus cuentas personales con aquellas zonas que durante las últimas cuatro décadas han sido más próximas al régimen.

La gente de confianza del dictador era en su mayoría de Sirte, lugar de origen de la tribu Gadafa, y Bani Walid, de la Warfala, la más numerosa del país, y para el resto de libios eran los únicos con acceso a los beneficios de las riquezas del país.

Muchos y poderosos

«Este concepto es falso, porque fuimos nosotros quienes nos levantamos en el 93 contra Gadafi y te aseguro que si esta vez nos hubiéramos unido en torno a su persona, no habría caído de esta forma, somos muchos y poderosos», defiende Abdala Kanshil, empresario de la tribu Warfala que ha acogido a once familias en sus propiedades de Trípoli. Kanshil explica que «nos sentimos víctimas de la revolución.

Un nuevo país debe construirse sobre la base de las leyes y los derechos de todos los ciudadanos, pero las brigadas revolucionarias han impuesto la ley de la selva, no hay más que ver cómo han ejecutado a Gadafi para saber que quizás el cambio no es tan bueno como Occidente esperaba».

Este mismo llamamiento hizo ayer Naciones Unidas al CNT, al que recordó que debe construir «un Estado nuevo asentado fuertemente en el respeto a los derechos humanos» para intentar colmar «las aspiraciones de los libios que han luchado durante 42 años contra la injusticia y la represión».

Las nuevas autoridades se muestran impotentes ante el poder adquirido por las diferentes brigadas que operan a lo largo del país, y les ha pedido que entreguen sus armas antes del sábado. A pocos kilómetros de Sidi Salim, otras cuarenta familias de la tribu Warfala ocupan los barracones que pertenecían a la temida Brigada Jamis, uno de los hijos de Gadafi. Abdala, de 31 años, resistió en Bani Walid hasta la llegada de las tropas rebeldes y asegura que «la ciudad estaba dividida al cincuenta por ciento entre partidarios y enemigos del régimen. Muchos civiles se quedaron a luchar, pero más que defender a Gadafi pretendían defender sus propiedades porque sabían lo que iba a ocurrir.

A ellos la OTAN no les protegió, a ellos les bombardeó como si fueran parte de los milicianos fieles a Muamar». «Muchos jóvenes de nuestra tribu Warfala formaban parte del Ejército y sus muertes hicieron que sus familias se volvieran enemigas de la revolución. Vamos a necesitar tiempo para asimilar lo ocurrido», explica Abdala.