![](/cadiz/noticias/201110/26/Media/annan--300x180.jpg?uuid=e15ba2bc-ffb3-11e0-b034-acb13f5bbaf0)
Llega el habitante 7.000.000.000
Actualizado: GuardarAdnan Mevic vino al mundo en Sarajevo el 12 de octubre de 1999. Pesó tres kilos y medio y nació sano. En las fotos de aquel día se puede ver la sonrisa radiante de su madre, Fátima, mientras sujeta en brazos a la criatura, un paquetito de mantas blancas del que asoma una cara serena y rosada. Lo raro del caso es que también hay otras fotos de su llegada, y no hace falta buscarlas en el álbum de la familia Mevic porque están guardadas en las hemerotecas de todo el mundo: en ellas, el paquetito ha cambiado de manos. Lo sostiene con bastante presteza un señor encorbatado procedente de tierras lejanas, Kofi Annan, en ese momento secretario general de Naciones Unidas: la organización había calculado que aquel 12 de octubre la población mundial iba a superar los seis mil millones de personas, un acontecimiento que decidió personalizar en un solo bebé escogido más o menos a dedo. Ese era nuestro Adnan.
Cada jornada nacen 382.000 niños en el mundo. Y también mueren a diario 155.000 personas. Esto supone que la población planetaria crece a un ritmo medio de 227.000 seres humanos cada veinticuatro horas: aun en el caso de que partiésemos de un censo ajustado, de inverosímil precisión, resultaría imposible saber exactamente en qué momento alcanzamos uno de esos bonitos números redondos con su colección de ceros. Pero los expertos de Naciones Unidas trabajan con ese tipo de estimaciones y han anunciado que el lunes que viene, 31 de octubre de 2011, se producirá un nuevo hito demográfico: seremos ya siete mil millones, una frontera que la Oficina del Censo de Estados Unidos atrasa hasta marzo de 2012. Es el momento ideal para reflexionar acerca del porvenir de nuestra especie, para hacer cuentas que aclaren si nuestro tren de vida nos está condenando a la extinción, pero, a un nivel más personal, también parece una buena ocasión para comprobar qué ha sido de Adnan Mevic, el humano seis mil millones, el niño bosnio al que Kofi Annan dedicó una frase de larguísimo inciso: «El nacimiento, hoy, de la persona seis mil millones -un hermoso niño en una ciudad que vuelve a la vida, donde la gente reconstruye sus hogares, en una región que restaura una cultura de convivencia tras una década de guerra- debería alumbrar una senda de tolerancia y entendimiento para todas las personas».
Parece una gran responsabilidad, pero Adnan podría hacerlo mejor que otros: con 12 años, es un chaval estupendo que no ha traicionado aquella sonrisa con la que le recibió su madre. «Estoy en séptimo de Primaria y saco sobresalientes... Bueno, acabé sexto con una media de notable, pero ahora vuelvo a tener sobresalientes -admite, en conversación con este periódico desde su casa en Visoko, a unos treinta kilómetros de Sarajevo-. Las asignaturas que más me gustan son Geografía e Historia y de mayor quiero ser piloto, porque así visitaría muchos países y podría conocer a mucha gente. Me encantaría viajar a España y visitar Madrid, porque ahí está el Bernabéu. Me gusta el Real Madrid, mi jugador favorito es Cristiano Ronaldo». ¿No prefieres a Messi? «No, Messi no». Adnan habla con una soltura y una corrección poco corrientes en un chico de su edad, como si se le hubiese pegado algo de aquellos discursos que escuchó desde su primera cuna: «No tengo mucho tiempo libre, pero me gusta jugar al fútbol con mis amigos. Jugamos en la calle, no estoy en ningún equipo. ¿Novia? No tengo. Lo prometo».
Por casualidad
La vida de los Mevic no es fácil. Fátima perdió su empleo en una fábrica textil tras la guerra, a mediados de los noventa, y Jasminko, el padre, que era operario de calderas, ha tenido que dejar de trabajar porque sufre cáncer de colon. Adnan, hijo único, comparte con sus padres el único dormitorio del apartamento de Visoko. La familia va tirando con 500 marcos convertibles bosnios al mes, algo menos de 250 euros: 300 marcos proceden de la pensión de invalidez que cobra Jasminko y el resto, que sirve para los gastos del colegio de Adnan, los aporta la ciudad de Sarajevo a modo de detalle para un nativo tan ilustre. ¿La ONU no contribuye con alguna pequeña ayuda? «La ONU se ha olvidado de Adnan -responde Fátima, desengañada con esta historia-. Ojalá no le hubiesen nombrado nunca el habitante seis mil millones. Jamás han preguntado por él y ni siquiera le han felicitado por su cumpleaños. Ni una carta, ni una postal. Podrían haberle regalado al menos una chocolatina, pero ni eso». El niño confirma el chasco en el que ha derivado su temprana popularidad: «Sí, se han olvidado de mí. Ni siquiera me han dado un certificado que demuestre que soy el habitante seis mil millones, y eso me gustaría mucho. Kofi Annan estuvo por casualidad en Bosnia dos días después de nacer yo y por eso se hizo la foto conmigo. La ONU no me importa nada, estoy enfadado con ellos. Con vosotros los periodistas no, porque así conozco a mucha gente».
Si tomamos a Adnan como símbolo de los millones de personas que se han sumado después, llegaremos a la conclusión de que la abundancia es la excepción en un mundo que subsiste entre penurias y privaciones. Pero, en realidad, nuestro protagonista también es uno de los afortunados en la lotería de nacer: le tocó un país donde la esperanza de vida es de 76 años, en el que prácticamente el cien por cien de la población cuenta con suministro de agua potable y donde solo una de cada cien personas tiene que mantenerse con menos de dos dólares (aproximadamente euro y medio) al día. En la República Democrática del Congo, por poner un ejemplo espeluznante, la expectativa es vivir 49 años, el 72% de los habitantes de zonas rurales no dispone de agua saneada y ocho de cada diez están por debajo de los dos dólares. Y en la India, un país de 1.200 millones de habitantes que se convertirá dentro de década y media en el más poblado del mundo, algunos de esos parámetros no resultan mucho más alentadores: allí, el 76% de la población dispone de menos de dos dólares diarios.
Lo que comemos
Cada vez que la población mundial alcanza una cifra señalada, surge la misma pregunta: ¿cuál es el límite, hasta dónde es capaz de mantenernos este planeta nuestro? Diversos estudios científicos han establecido el máximo en cifras diferentes -algunas de ellas, inferiores a la población actual, lo que podría significar que caminamos decididamente hacia el desastre-, pero la respuesta más sensata es la que suele dar el experto en medio ambiente Lester Brown, fundador del Worldwatch Institute: «¿De qué nivel de consumo de alimentos hablamos? En números redondos, al nivel estadounidense de 800 kilos anuales de cereal por persona, la cosecha anual de 2.000 millones de toneladas sustentaría a 2.500 millones de personas. Al nivel italiano de cerca de 400 kilos, la cosecha sustentaría a 5.000 millones de personas. Con los 200 kilos consumidos anualmente por el indio medio, sustentaría a 10.000 millones».
Por eso, más allá del asombro un poco temeroso ante el ritmo al que nos multiplicamos, la frontera de los 7.000 millones debería hacernos recapacitar sobre nuestras costumbres. Naciones Unidas ha puesto en marcha una campaña llamada 'Siete Mil Millones de Acciones' que, entre otras cuestiones, plantea este problema: «Los países más ricos consumen los recursos a un ritmo que el planeta no puede sostener para toda la humanidad», resumen. Lo que no van a hacer, en esta ocasión, es elegir a un recién nacido como cara visible del nuevo hito demográfico. En Visoko, cerca de Sarajevo, hay un chaval que se lo agradecerá: «¿Qué le pediría yo a la ONU? ¡Mi certificado! -insiste Adnan Mevic-. Y también que no proclamen al niño siete mil millones: total, para qué... Pero, sobre todo, les pediría que no haya más guerras».