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Vista aérea del polígono Semipalátinsk, en Kazajistán. Es la mayor mancha radiactiva de todo el planeta y supera a la causada por el accidente de la central nuclear de Chernóbil. :: E. C. Durante algo más de 40 años se efectuaron 616 detonaciones atómicas en la estepa kazaja. :: E. C.
Sociedad

La mancha radiactiva

Semipalátinsk esconde la mayor huella nuclear del mundo. La antigua URSS cesó los ensayos hace 21 años pero las secuelas siguen vivas

RAFAEL M. MAÑUECO
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En la principal residencia de ancianos de Semey, en Kazajistán, viven en su mayoría personas procedentes de localidades próximas al polígono de Semipalátinsk. Allí, durante más de cuatro décadas, la Unión Soviética realizó ensayos con bombas atómicas. El último, el 24 de octubre de 1990. Al año siguiente, el presidente kazajo, Nursultán Nazarbáyev, ordenó su cierre definitivo. Aunque las labores de limpieza y desactivación se efectúan desde hace más de década y media, Semipalátinsk sigue siendo la mayor mancha radiactiva del planeta. Mayor incluso que la de Chernóbil.

En ningún otro campo de pruebas del mundo se detonaron tantas cargas atómicas como allí. En total, 616 durante 456 ensayos en 40 años. Más de una explosión al mes. Según Nazarbáyev, los afectados por el impacto ambiental superan el millón y medio de personas y la incidencia de cáncer en la región afectada es más del doble que en el resto del país. Como en la residencia de Semey, donde muchos ancianos necesitan cuidados médicos permanentes. «Ignorábamos el peligro que corríamos», rememora Nastia Kisiliova, testigo de las detonaciones que cumplirá 85 años el próximo enero. «Observar el hongo producido por la explosión nuclear era un gran espectáculo».

Kurchátov, bautizada así en honor a uno de los padres de la bomba atómica soviética, también se encuentra en la ribera del Irtish. Es una pequeña y destartalada localidad que fue el principal centro de operaciones del programa nuclear impulsado por el siniestro Laurenti Beria, mano derecha del dictador Josif Stalin y jefe del sanguinario NKVD (la Policía del régimen).

El Comité Central del Partido Comunista y el Consejo de Ministros de la URSS decidieron crear el centro secreto de Semipalátinsk el 21 de agosto de 1947. Se le llamó 'Polígono número 2', puesto que el primero ya funcionaba en el Ártico. Sus más de 18.000 kilómetros cuadrados enseguida se llenaron de científicos y militares.

El lugar ni siquiera aparecía en los mapas. Lo eligió Beria y mintió al afirmar que nadie vivía en la zona. Pero, según Borís Gúsev, director científico del Instituto Médico de Radiología y Ecología de Semey, «entonces había en las proximidades del polígono 1.430.000 habitantes». En la actualidad, sostiene Gúsev, aún viven 356.000 personas, casi un tercio de las cuales estuvieron expuestas directamente a la radiación de los ensayos. «Los restantes pertenecen a generaciones más jóvenes y ellos también presentan problemas de salud, a veces incluso más graves», explica.

La primera explosión

En el campo 'Ópitnoye Pole', a 62 kilómetros hacia el suroeste de Kurchátov, explotó el 29 de agosto de 1949 la primera bomba atómica soviética. La destrucción se extendió en un diámetro de 20 kilómetros. Tuvo lugar a las siete de la mañana a cielo abierto. En un pequeño museo perteneciente al Centro Nuclear Nacional de Kazajstán (NNCK), enclavado en Kurchátov, se exhibe una maqueta con todos los elementos que se expusieron a la fuerza de la detonación a fin de comprobar los efectos. Levantaron edificios, depósitos de armas y combustible, tendieron un tramo de vía férrea con puente incluido, se construyó en un subterráneo una réplica de una estación de metro y se colocaron animales, vehículos, tanques y aviones.

Fueron edificadas también unas torres dotadas de equipos de medición para cuantificar la intensidad de la onda expansiva. Esas torres son lo único que queda hoy día, sobre todo las más alejadas del epicentro de la explosión. «Las más próximas quedaron derruidas y el puente metálico del tren se evaporó por la enorme temperatura», cuenta uno de los operarios encargados de vigilar los niveles de radiación.

Según sus palabras, a 800 metros del epicentro, donde aparece colocada una bandera roja, «tenemos una radiación de 0,12 milisievert a la hora, algo completamente tolerable, pero en todo el polígono persisten las manchas con niveles de radiación muy peligrosos para el ser humano si permanece expuesto durante cierto tiempo». El problema, como indica Gúsev, es que «los radionúclidos sean trasladados por el agua o el viento a lugares poblados».

Nastia Kisiliova trabajaba en la estación de tren de Kurchátov cuando vio un ensayo atómico a mediados de los 50. «Los soldados nos exigieron que nos quedáramos en casa con las ventanas cerradas, pero no nos dijeron por qué, así que no hicimos caso. Por eso pudimos ver una enorme bola incandescente en el horizonte y luego un enorme hongo levantándose hacia el cielo».

Al poco tiempo, asegura Kisiliova, «empezaron a morir en Kurchátov los niños de más corta edad». Otros nacieron con terribles deformaciones a causa de las alteraciones cromosómicas causadas por la radiación. «Me trasladé después a Semey, me casé y tuve dos hijos, que murieron en edad temprana. Pero a mí nunca me diagnosticaron un cáncer y creo que es algo milagroso, pese a que desde entonces tengo terribles dolores de cabeza».

En las inmediaciones del 'Ópitnoye Pole' se experimentó también con la primera bomba de hidrógeno. Fue el 29 de noviembre de 1955. Se produjeron 116 ensayos atmosféricos en total. Los 340 restantes fueron subterráneos, a partir de octubre de 1961, y se llevaron a cabo en los campos de Sarí-Uzén, Balapán y Deguelén. En los dos primeros en pozos verticales y en Deguelén en galerías horizontales bajo las montañas. Gúsev sostiene que «hubo fugas radiactivas en el 70% de los ensayos subterráneos por la mala hermeticidad». Muchos de los artefactos tenían una potencia 4.000 veces superior a la bomba de Hiroshima.

Detonación «pacífica»

En Semipalátinsk se practicó además una detonación atómica «pacífica», el 15 de enero de 1965, con el objetivo de crear un lago artificial en la confluencia de los ríos Shagán y Asishu, y 175 explosiones no nucleares con armas químicas. Al igual que Kisiliova, Jariz Matáyev, de 80 años, también considera prodigioso no haber padecido ninguna enfermedad grave en toda su vida. Era un muchacho cuando vio explotar la primera bomba nuclear soviética. Vivía cerca de Kainar, a 36 kilómetros del polígono de pruebas. «Nos desalojaron del pueblo y nos obligaron a vivir en tiendas en mitad de la estepa, pero luego regresamos a nuestras casas y nadie nos lo impidió». Sus padres y dos hermanos fallecieron de cáncer.

El polígono es actualmente un gigantesco centro de investigación. En Kurchátov no solo funciona el NNCK, en cuyos reactores se simulan potenciales catástrofes en centrales nucleares, utilizando datos obtenidos en Chernóbil y Fukushima, sino también el Parque de Tecnologías Atómicas y el reactor 'Tokamak'. En realidad, consiste en una fábrica que contiene nuevos materiales, mucho más resistentes y de mayor calidad, que se obtienen gracias a un acelerador de partículas. El museo conserva el panel de control desde donde se apretó el botón que provocó la explosión de la primera bomba, frascos de formol con órganos de animales que sufrieron aquel apocalipsis, esquemas de los ensayos, aparatos, fotografías y abundante documentación.