Subsidiados
En todo caso, poner la mano siempre ha sido un gesto habitual en la sociología nacional
Actualizado: GuardarDesde tiempo inmemorial este ha sido el país de las gratificaciones, donativos, subvenciones, subsidios, ayuditas, asistencias, auxilios y socorros del más variado montante pero siempre dirigido a engrasar la perezosa maquinaria de la administración o orientar el agua hacia el molino más conveniente. Aquí, como corresponde a la tradición judeo-cristiana, se ha pasado el cepillo y la pandereta para recoger fondos, para costear los gastos del cura y ayudar a los pobres o para sufragar la farándula de los callejeros. En todo caso poner la mano siempre ha sido un gesto habitual en la sociología nacional.
También se ha utilizado la propina en forma de subvención oficial para regar el huerto electoral, empresarial, cultural o mediático y en fin, para tener rehén a una buena parte de la sociedad activa o pasiva. Y no es cuestión de rasgarse solo las vestiduras como hacía un preeminente político nacionalista catalán hace bien poco con el PER de 426 euros mensuales en una torpe maniobra para buscar alguna cabeza de turco que pague las iras de los catalanes, que ven como adelgaza y se recorta su Estado de bienestar.
Con los años el auxilio social de principios de siglo, propio de una sociedad que realizaba la peregrinación del campo a la ciudad, se fue transmutando con la democracia y el desarrollo en un colchón de bienestar que abarcaba sanidad, educación, vacaciones, desempleo y salarios de inserción. Pero después, al estilo de las socialdemocracias muy avanzadas de Europa septentrional, la España de Felipe González copió modelos de financiación para cineastas, museos, deporte, teatro, ópera, filarmónicas, añadiendo al presupuesto general cargas y más cargas de subvenciones. Como si fuéramos su querida Suecia de Olof Palme.
Las penurias del cine español tiene mucho que ver con la cantidad de directores que surgieron como setas a principios de los años ochenta que afirmaban, con todo su morro, que ellos no hacían cine «comercial» sino de autor. Luego nos atizaban aquellas cintas insufribles para ahorrarse el psicoanalista sufragando una castaña con mensaje a ser posible «onírico». Y cuanto menos se entendiera mejor. Eso que algunos llaman también «Estado de bienestar» se acaba irremediablemente y esperemos que con la crisis adelgazarán las subvenciones y se agudizará el ingenio.
En los países mediterráneos con economías de crecimiento lento, muchos servicios y poco valor añadido, habrá dinero justo para lo imprescindible: dependencia, sanidad y educación. El resto se tendrá que buscar la vida.