El estrecho de Anian
Muchos expedicionarios perdieron la vida en busca del Paso del Norte americano, bien atrapados en el hielo o muertos por congelación
Actualizado:Aristóteles habló de la Atlántida lo mismo que los chinos contaron a Marco Polo que al este de Catay, nombre que recibía China, había otras tierras que se conocían como el Reino de Anian.
El descubrimiento del continente americano, que al principio se creyó que formaba parte de las Indias Orientales y que estaba situado al este de Catay, vino a corroborar aquella información que el veneciano recibió de sus amigos chinos.
El Reino de Anian podía ser el continente recién descubierto y así, cuando se intuyó que aquella tierra no formaba parte de las míticas Indias, comprendieron el escollo que suponía para la ruta directa a la tierra de las especias. Por eso los descubridores no profundizaban mucho en el continente, sino que se esforzaban en recorrerlo arriba y abajo, en busca de un paso que les permitiera llegar a Cipango, Catay o India.
Cuando intuyeron la enorme longitud que tenía aquel continente, es cuando, por fin, se esforzaron en penetrar en el mismo, operaciones propiciadas por el rey Fernando, bajo el título 'La conquista de Tierra Firme'. Así, Pizarro y Cortés, entre otros, descubrieron y colonizaron los imperios inca y azteca, y Vasco Núñez de Balboa descubrió el Océano Pacífico, el 25 de septiembre de 1513.
La existencia de un nuevo océano al otro lado de la 'Tierra Firme' confirmó que no habría manera de llegar a las Indias por aquella ruta a menos que se descubriera un paso que comunicara los dos océanos.
Durante los siglos XVI y XVII, a ese supuesto y mítico paso, que hasta entonces se le buscaba como el Paso del Norte, empezó a conocérsele como El Estrecho de Anian.
A finales del siglo XVI, el marino español Lorenzo Ferrer Maldonado afirmó que había encontrado el paso y que lo había cruzado, sin embargo no había confirmación oficial por parte de los fedatarios públicos que se embarcaban en aquellas aventuras, que normalmente solían ser clérigos enviados por el rey.
Años después, con nuevos elementos de medición y navegación, el relato de Ferrer se consideró falso directamente porque en él se citaban latitudes, distancias y otras circunstancias imposibles de coincidir con la realidad.
En 1817, el gobierno británico ofreció una recompensa de 20.000 libras esterlinas para quien hallara el citado paso. La oferta de semejante cantidad de dinero espoleó la codicia de muchos navegantes que se lanzaron a organizar expediciones, convencidos de que aquella ruta existía, y la habían usado los vikingos que navegaron mucho más allá de Alaska.
Pero eso fue antes de que La Tierra sufriera un enfriamiento que empezó en el siglo XIV, conocido como Pequeña Edad de Hielo. Aquel periodo trajo como consecuencia que muchos de los canales, situados entre las infinitas islas del norte de Canadá, se helaran. Este cambio impidió el paso de las embarcaciones y, lo que es peor, atrapó a alguna de ellas, como la del marino británico Sir John Franklin, que desapareció y no se supo qué había sucedido hasta 14 años más tarde.
En 1845, Franklin consiguió financiación para una expedición y a bordo de dos navíos propulsados a vapor, Erebus y Terror, embarcaron 128 hombres.
La desaparición misteriosa de aquellas embarcaciones desató la sed de aventuras de muchos marinos e, instigados por la esposa del desaparecido Franklin, llegaron a converger en Groenlandia hasta diez expediciones británicas y dos estadounidenses.
Se tardaron cinco años en tener noticias de lo sucedido con Franklin. Fue en la Isla Beechey cuando se encontraron los primeros rastros, consistentes en tres tumbas con varios hombres que habían muerto un año después de haberse iniciado el viaje.
En 1854, un explorador irlandés llamado Rae obtuvo más información de unos esquimales. Estos le hablaron de un grupo de hombres blancos que habían muerto de hambre y frío de los que quedaban sus pertenencias y armas.
Cuando la información de Rae fue conocida en el Reino Unido, la esposa de Franklin financió una nueva expedición que se puso en marcha rápidamente para investigar a fondo los detalles y que, en el verano de 1859, hallaron una especie de monumento hecho con piedras, a la manera que los exploradores solían dejar sus informes. Allí, encontraron una carta fechada el 25 de abril de 1848, firmada por los dos capitanes de ambos navíos desaparecidos y en la que daban noticia de la tragedia que estaban sufriendo. Según aquel documento, los barcos habían quedado atrapados en el hielo desde el mes de septiembre de 1846, fecha en la que ya habían muerto nueve oficiales y quince marineros. El propio Franklin había fallecido el 11 de junio de 1847.
Los supervivientes abandonaron los barcos para dirigirse hacia el sur, con la intención de alcanzar algún lugar menos inhóspito. La expedición de búsqueda encontró varios cuerpos congelados y una gran cantidad de equipo abandonado.
La falta de previsión con respecto al aprovisionamiento, la nula experiencia de la vida en zonas árticas y las enfermedades, se señalaron como las causas más razonables de la tragedia.
Mientras, toda clase de leyendas y relatos sobre el Paso del Norte, corrían de boca en boca, fruto de la exacerbada imaginación de los marinos y de los aventureros.
La más escalofriantes es la del Octavius, un navío que entró a formar parte del escalafón de barcos misteriosos y que a día de hoy aún se desconoce si la historia es real o es fruto de la imaginación.
Los hechos ocurrieron en 1775 cuando el ballenero Herald, al mando del capitán Warren que navegaba por la Bahía de Baffin, al oeste de Groenlandia, se encontró con un barco abandonado.
Al avistar el buque, el capitán Warren mandó arriar un bote y se dirigió a él acompañado de varios marineros. A bordo, todo estaba desierto. Bajo cubierta, encontraron a la tripulación acostada en sus literas, cubiertos por varias mantas y ropajes, muertos y congelados. El cuerpo del capitán se encontró en su camarote, sentado junto a su mesa, con una pluma en la mano y ante el cuaderno de bitácora. En el siguiente 'cuarto' había tres cadáveres: una mujer, tumbada en una litera, un hombre con una piedra de pedernal y un trozo de metal ante un puñado de serrín y un niño recostado bajo una chaqueta de marino.
En la mar, los barcos a la deriva sin tripulación son considerados malos augurios y los marineros del Herald forzaron a su capitán a abandonar el buque sin llevarse nada de él, salvo el cuaderno de bitácora que Warren confió a un marinero. Al llegar a su navío el capitán comprobó que todas las hojas del cuaderno, salvo la primera y la última, se habían perdido, quizás por un descuido del marinero que las había dejado caer al mar, aunque es probable que la superstición le hiciese tirarlas intencionadamente.
En la primera página del cuaderno, el capitán del Octavius escribió que partieron de Inglaterra con rumbo a China el día 10 de septiembre de 1761; en la última, había escrito el 11 de noviembre de 1762 y narraba que llevaban 17 días atrapados entre el hielo y daba las coordenadas de su situación en aquel momento. Refería las muertes que ya se habían producido por el intenso frío, que el fuego de a bordo se había apagado y que el contramaestre trataba de encenderlo nuevamente. En esa operación parece que le llegó la muerte por congelación.
Según la situación aproximada que da el capitán, el barco quedó atrapado en el hielo al norte de Alaska y fue encontrado al otro lado del continente americano lo que supone que, a la deriva, había cruzado el Paso del Norte durante los trece años que llevaba navegando como barco fantasma.
La historia es poco creíble, pero ahí está, decorando el mundo de leyendas fantásticas que en torno a la mar se han forjado.
Hasta el año 1906 el noruego Roald Amundsen no logró encontrar el famoso Paso y eso, en buena parte, debido a que la Pequeña Edad de Hielo ya se había dejado de sentir y el hielo se había retirado de muchos de los estrechos que unen las numerosas islas que forman el norte del continente americano. El Paso del Norte, el legendario Estrecho de Anian, es hoy una ruta perfectamente navegable, aunque extremadamente peligrosa. Los bloques de hielo que navegan a la deriva pueden colisionar con un barco e incluso atraparlo entre varios de ellos sin posibilidad de escape.