ACTITUDES MÍSERAS
Actualizado: GuardarLa escena corresponde a esta misma semana. Concretamente, al miércoles por la mañana. Debían ser las diez y media, en la Rotonda de los Casinos, a escasos metros de la entrada principal del BBVA. Una mujer, de edad imposible de determinar aunque no creo que tenga más de 40, en una silla de ruedas. Parada. Inmóvil. Sucia y despeinada. Con la cabeza gacha, ladeada y los ojos completamente cerrados. Y con el sol dándole de lleno. Nos encontramos en la principal arteria comercial de Jerez, así que no sorprende que el trasiego de gente a esa hora sea más que considerable. Muchas personas pasan por su lado. Algunos, incluso, tienen que esquivarla para no chocar con ella, tras lo que siguen su camino. Como si nada. Como si lo que hubiesen eludido fuese una señal de tráfico o un banco mal situado.
Para la mayoría era como si no estuviese allí. La ignoraban y hacían como si no estuviese ahí para evitar cargo de conciencia por no hacer nada. Ni tan siquiera preocuparse por su estado. ¿Quién aseguraba que no estuviese muerta o le hubiese dado algo malo? El lector puede estar seguro de que realmente lo parecía. Unos pocos, por su parte, se quedaban mirando. Eran los menos. Eso sí, a distancia. Pero también sin hacer nada. Clavados víctimas del morbo, supongo. O quizá debatiendo para sí qué hacer.
La escena era impactante. Tanto por la mujer como por las personas que en ese momento pasaban o estaban a su alrededor mirando. N-A-D-I-E hizo nada. Ni el ademán. Puede sonar cruel, pero me pareció una actitud mísera que hizo que un escalofrío recorriese la boca de mi estómago. Como la que tuvo quien suscribe, que también se paró y se quedó mirando unos segundos, para después seguir su camino hasta la redacción del periódico.
Las imágenes no dejaban de martillear mi conciencia, así que bajé poco después. Un leve toque en una pierna bastó para que la mujer abriese los ojos y despejase, así, las dudas de que le hubiese pasado algo realmente grave. Entonces se acercaron dos mujeres para interesarse por ella. Apenas se la entendía hablando. Era evidente que se trataba de una toxicómana que acababa de regresar de un largo 'viaje'. Por su forma de expresarse, por su mirada, por su aspecto... Ella mismo lo reconocería más tarde. Aseguraba que no sabía cuánto tiempo llevaba allí, pero creía que mucho. Contaba que, de madrugada, unos jóvenes se habían ofrecido a llevarla en su silla de ruedas hasta su casa y que le habían robado «los papeles y todo el dinero» que llevaba encima. Empezó a llorar y pidió un cigarro, porque estaba «muy nerviosa».
Llamé a la Policía Nacional para que se hiciesen cargo de ella. Pero tardaban en llegar, así que decidimos ir en busca de dos agentes de la Policía Local que bajaban por la calle Larga. «Seguro que es....», dijeron enseguida, y se acercaron hasta donde estaba ella. Me marché. Ya había limpiado mi conciencia. Una actitud, posiblemente, igual de mísera que las anteriores.